Mesa de negociación en Ginebra. / Efe
análisis

Acuerdo sobre un acuerdo

Deberá ser, en su día, más amplio, menos provisional, más fácil de interpretar y de duración indefinida

MADRID Actualizado: Guardar
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Un observador de la muy oficial agencia iraní de noticias, Fars, escribió hace un rato que el arreglo alcanzado en Ginebra entre el gobierno iraní y las grandes potencias sobre el contencioso nuclear es, de hecho, "un acuerdo sobre el acuerdo"… el que, eventualmente, será alcanzado dentro de seis meses y será el definitivo.

La fórmula, además de un hallazgo verbal, describe muy bien lo sucedido en la ciudad suiza desde el miércoles entre la delegación iraní y el llamado 'G-5+1', literalmente el mundo entero porque reúne a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania.

Así, y es otro matiz relevante, y contra la fórmula utilizada por muchos medios, lo sucedido no es un acuerdo de Irán "con Occidente" ('the West' en la nueva jerga), sino de la parte iraní… con todos los demás. La Unión Europea está de lleno en la operación –Catherine Ashton ha sido la jefa de la delegación 'de los otros' y su abrazo entusiasmado con John Kerry lo sugería– y en términos políticos solo se sienten fuera, o incómodos, Arabia Saudí, Bahrein, algo menos los Emiratos y, desde luego, Israel.

El papel de Washington

Precisamente una de las características centrales del compromiso reside en el hecho de que ha sido alcanzado pese a las gestiones visibles y de gran calado tanto oficial y privado como público y social de Israel.

En Washington se le da una oportunidad al arreglo y debe subrayarse que líderes de la Cámara baja como del Senado conocidos por su incondicional alineamiento con Israel (Dianne Feinstein puede ser un prototipo) aceptaron la petición de la Casa Blanca de posponer toda medida anti-iraní, y singularmente acentuar el programa de sanciones, en tanto se negociaba y hasta conocer el desenlace en Ginebra.

Así, el papel norteamericano, aunque un poco deliberadamente diluido para presentarlo como genuinamente internacional y avalado por la ONU, ha sido decisivo y Obama y su Secretario de Estado, John Kerry, han obtenido el nuevo marco que deseaban. Kerry ha pagado un precio político y casi personal por ello: su relación con el primer ministro israelí, Netanyahu, está por los suelos.

La estrategia de la Casa Blanca era clara: el arreglo cuenta con un apoyo mundial y una capitulación de Washington ante Israel y su lobby en los Estados Unidos tendría el notable resultado de que los Estados Unidos serían los aislados. La situación sería, además, paradójica porque encuestas solventes prueban que dos tercios del público norteamericano defienden un acuerdo negociado, como, por cierto, las organizaciones judeo-americanas pro-paz, que también las hay, empezando por la cada día más influyente J Street.

Sin sorpresas

En realidad, el acuerdo, breve y muy inteligible, se parece mucho a lo que se esperaba y obedece a su descripción, aceptada por las dos partes, de "mecanismo creador de medidas de confianza"… un "acuerdo sobre la necesidad del acuerdo", que deberá ser, en su día, más amplio, menos provisional, más fácil de interpretar y de duración indefinida.

Quien quiera conocer con todo detalle lo acordado puede consultar la web de la Casa Blanca, que con una celeridad que indica que estaba redactada, difundió hace unas horas una larga y meticulosa cuantificación del acuerdo. Hoy basta saber, como hecho central, que Irán detiene los trabajos (estaban parados de hecho) en el laboratorio de Arak (plutonio), no podrá enriquecer uranio por encima del cinco por ciento y acepta un papel sin restricciones para las inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica contra el alivio inicial del rígido programa de sanciones cuantificado en unos siete mil millones de dólares.

Así pues, sin sorpresas finales: es un cambio de rumbo total, cada parte puede declararse vencedora y el ataque de sentido común que sufre el gobierno iraní tras la llegada al poder del presidente Ruhani es una prueba de madurez que refuerza su papel regional e internacional y la perseverancia de Obama, sostenido por una mayoría social considerable, un éxito de su política exterior… y, de paso, de la UE, por una vez muy presente, activa y útil.