ANABOLIZANTE

Vestir a los pollos

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Fran Valle, la persona con los golpes más ingeniosos que he conocido en mi vida, se quedó sorprendido un día porque una prima mía de Zaragoza no conocía la palabra colorado. «¿Y cóm o le llamáis entonces a la manteca colorá?», preguntó sin pensárselo un segundo. Y ahí ya tuvimos que decirle que a la manteca colorá no la llaman de ninguna manera, porque el concepto manteca colorá no existe fuera de Andalucía. Y se quedó flipado. Cuento esto porque a veces damos por sentadas cosas que para nosotros son obviedades, sin darnos cuenta de que fuera de nuestro entorno son verdaderas rarezas.

Esto me ha pasado en estos últimos días con la Fiesta de los Tosantos. A mí esta tradición me ha parecido siempre de lo más normal del mundo, hasta que el otro día se la estuvimos explicando a una amiga (sevillana, pero que lleva bastantes años viviendo en Madrid) y solamente el hecho de explicarlo en voz alta y de ver la cara de flipe de ella imaginándose los puestos de la plaza nos hizo darnos cuenta a los gaditanos que le estábamos hablando, que aquello en realidad era una gran paranoia. Vestir a un pollo de Teófila, a una sardina de Isabel Pantoja, a un cochinillo de Zapatero, a unos pepinos de futbolistas, animalizar o cosificar la vida social en definitiva, parece producto de una mente delirante con ganas de dedicarle tiempo al cachondeo de disfrazar bichos. En cualquier caso no es algo normal. Pero aquí en Cádiz lo damos por hecho con una naturalidad y una tranquilidad pasmosa.

Estas son las cosas que forman parte del realismo mágico gaditano, del que a veces hablo en esta columna, y que no deja de sorprenderme cada vez que aplico un poco de perspectiva sobre las costumbres y la vida cotidiana de esta tierra surrealista y macondiana.