opinión

Legislatura paralizada

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La andadura parlamentaria del proyecto de Presupuestos del Gobierno para 2010 ha plasmado esta misma semana la imposibilidad de que PSOE y PP lleguen a un mínimo acercamiento para afrontar no ya la crisis, sino las aún débiles esperanzas de encauzar la economía española hacia la senda de la recuperación.

Si algo ha quedado demostrado, más allá de que el Ejecutivo haya logrado sacar adelante las Cuentas Públicas gracias al apoyo del PNV y de Coalición Canaria, es la defunción de cualquier expectativa de pacto ante el principal problema que está condicionando el curso de la legislatura. El hecho de que la gestión del ciclo recesivo se haya convertido en un escenario esencial de la pugna entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy refleja hasta qué punto parecen haber interiorizado los dos grandes partidos que puede resultarles más rentable electoralmente extremar el desacuerdo que la exploración de coincidencias; y también el inquietante grado de estancamiento al que ha llegado la legislatura cuando ésta ni siquiera ha alcanzado su ecuador.

Las extenuantes negociaciones a las que se ve obligado el Gobierno para hacer prosperar no sólo iniciativas de tanto calado como los Presupuestos anuales, sino cualquier propuesta parlamentaria dada su insuficiente mayoría, fragilizan la capacidad de anticipación frente a las dificultades y debilitan el imprescindible consenso que requería una coyuntura económica tan grave. Pero frente a los evidentes apuros que sufre el Ejecutivo, el PP no ha conseguido que la alternativa que constatan las encuestas se visualice en el Congreso, allí donde, hoy por hoy, el partido de Rajoy podría hacer valer otras mayorías; una alternativa que está lastrada no sólo por las consecuencias del caso Gürtel, sino también por la proclividad de parte del arco parlamentario a seguir anteponiendo el entendimiento con el Gobierno a un endurecimiento de su oposición. En esta tesitura, tanto Rodríguez Zapatero como Rajoy parecen decididos a abrazar la estrategia de la espera paciente, amarrando ambos a su electorado más fiel y aguardando a que el paulatino desgaste del contrincante sea suficiente –o llegue a tiempo- para que la balanza electoral se decante finalmente a su favor. Pero convendría no olvidar que aún restan dos años y medio de una legislatura, la de la crisis económica más profunda en décadas, sometida a una inútil agonía que amenaza con perpetuarse.