la voz del ciudadano

Soledad, calor y fragancia a jerezanía

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Hay que apretarse los machos y aprovechar las horas de calor para disfrutar de la estampa en la más absoluta soledad. Se recomienda hacerlo de esta guisa. El objetivo es tratar de encontrarse con la estética y el olor que se desprende del escenario más jerezano que todavía existe en la ciudad. Nos estamos refiriendo a las bodegas y su entorno más cercano. Cada vez quedan menos espacios dedicados a la crianza del vino en Jerez y mucho nos tenemos que con los años irán siendo menos. Los tiempos cambian y la producción del vino del Marco no pasa por sus mejores momentos. Si hace unos años Jerez estaba plagado de calles frescas, adornadas con geranios, y de muros blancos donde dormían las soleras más selectas, en la actualidad apenas nos quedan algunos rincones con sabor y olor a vino rancio de toda la vida. La Alameda Vieja, en su zona de la bajada a la Catedral, y la calle San Ildefonso con algunas naves de bodegas que llegan hasta el olvidado palacio de San Blas. ¿Existen más lugares en la ciudad que respiren a bodega pura, la de toda la vida? Se podría decir que no.

Son los pequeños lugares, recónditos, donde es posible disfrutar del aire de poniente cuando la tarde es fresquita y las ventanas están abiertas, donde es posible ver las esteras dejadas caer para oscurecer las andanas, lugar donde todavía, a ciertas horas del día, huele a vino dormido. Ese olor característico a Jerez que mezcla el viejo roble americano con los amontillados más preciados. Si el lector es un curioso y todavía quiere disfrutar de una estampa jerezana en medio de la tranquilidad, en pleno siglo XXI, es recomendable la visita no oficial –es decir por su cuenta– a las primeras horas de la tarde por los aledaños de las bodegas. Ya se sabe que el calor puede llegar a ser asfixiante, pero es el momento en el que Jerez recobra su sentido más auténtico, secreto y encantador.