MAR DE LEVA

Apocalipsis ahora

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Uno ya no sabe qué pensar. Hojea en las pantallas los diversos periódicos digitales y se interesa por el caso de la fiebre mexicana que ya está, dicen, en medio mundo, y va leyendo noticias tan contradictorias y alarmas tan desmentidas una y otra vez para volver a ser prendidas a los pocos minutos que no puede sino pensar que en el fondo lo que nos gusta es vivir perpetuamente en el escándalo, el sofoco de vivir bajo los focos. Sin despreciar la gravedad de la dichosa gripe, lo que choca un tanto es el tono apocalíptico que la rodea, mayormente desde los medios, que ya sabemos que exageran los temas hasta exprimirlos lo suficiente para entretener al personal y sacar tajada hasta que salga otro tema que nos distraiga. Los becarios, que han leído mucho a Stephen King, seguro, y deben tener La danza de la muerte (también conocida por Apocalipsis) como libro de cabecera. O tal vez se hayan bajado la serie de televisión de la mula. O sea, una gripe que barre la humanidad y los intentos de los pocos supervivientes por aliarse con uno de los dos bandos: el bien y el mal. Me gustó a mí mucho, la novela, cuando la leí hace treinta años. La ciencia ficción, a la que tanto le debo, ha tratado estos temas de toda la vida. Como entretenimiento, y también como reflexión previa por si algún día una de esas catástrofes se llegaba a producir. Yo mismo he escrito alguna historia al respecto. La guerra nuclear, el caos ecológico, el final del petróleo, las crisis económicas, los meteoritos venidos del espacio exterior, invasiones extraterrestres, y hasta resurrecciones de zombis ahora tan de moda vienen a contarnos más o menos lo mismo. Lo que pasa es que una cosa es la ficción y otra es ese extraño deseo que parece que existe en nuestros periódicos y nuestras teles de que llegue, de verdad, el fin del mundo.

Periódicamente, cada vez que alguien se acuerda o muere un Papa, se rescata aquello de que será el penúltimo (pero por lo visto corre la bola, porque desde Juan Pablo I hasta hoy la cosa sigue). Venimos leyendo cada dos por tres que el cólera, el sida, la gripe aviar, el ébola, algún experimento descontrolado de los americanos y/o los rusos y/o los talibanes iban a dejarlo todo manga por hombro. Se nos mantiene entretenidos y también acojonados por el miedo al integrismo islámico, o a la invasión inevitable del expansionismo chino, o al terrorismo capaz de sabotajes nucleares. Y recuerden ustedes que hay un acelerador de partículas por ahí que pretende reproducir el Big Bang y nos dijeron que si la cosa salía mal podría abrir un agujero negro que nos engullera en segundos.

Lo peor de todo es que si esta influenza porcina está sólo en las primeras fases y no es una serpiente de verano anticipada (el clima es que está también apocalípticamente loco), la alarma en la población viene a destiempo y, si por desgracia llegara a producirse, nos va a pillar sin mascarillas, antibióticos ni remedios. La OMS y el CDC tendrán un protocolo establecido, pero da la impresión de que se les ha ido hace semanas de las manos, igualito-igualito a como se ve en las películas cuando los virus incontrolados se transmiten de aeropuerto en aeropuerto. Es lo que pasa por citar tanto a Nostradamus sin haber comprendido antes a Pedro y el lobo.