Opinion

Sintonía recuperada

El encuentro de ayer entre el ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, y la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, sirvió para escenificar la sintonía entre ambos gobiernos tras las deterioradas relaciones entre la Moncloa y la Casa Blanca durante el mandato de George W. Bush. La «nueva etapa» que Moratinos anunció a la salida de la reunión constituye una buena noticia para la normalización de los vínculos trasatlánticos de España. Pero dicha normalización no será plena mientras el Ejecutivo de Rodríguez Zapatero siga sin admitir los errores en los que incurrió por su parte al tensionar el exceso las relaciones con la anterior presidencia estadounidense. Es cierto que la política exterior de EE UU adquirió un sesgo unilateral al centrar gran parte de sus esfuerzos e intereses en la intervención en Irak y el logro de una posición hegemónica en la zona, lo cual desató agrias disputas y diferencias con algunos de sus aliados en Europa que legítimamente fijaron su propia postura al respecto. Pero, tras la victoria socialista de 2004, el Gobierno español no quiso comprender que el disenso respecto a las pretensiones norteamericanas requería un especial empeño para salvaguardar la comunicación y el respeto mutuo entre ambos estados. Como tampoco comprendió que la posición de España no era tan sólida como la de otros países europeos que podían permitirse abiertas discrepancias con Washington que descansaban sobre lazos sólidos.

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La media hora que duró la reunión de ayer seguramente no permitió más que la enumeración de cuantos asuntos interesan a ambos países en la esfera internacional. España y el Gobierno español tienen ahora una gran oportunidad para concertar con EE UU una acción común en línea con las variaciones que el presidente Obama introduzca en la política exterior de su país. Junto a la definición del papel a cumplir con la OTAN en referencia a la defensa común europea y a la mayor implicación solicitada por el nuevo inquilino de la Casa Blanca respecto a Afganistán, hay una cuestión que tanto por los valores en juego como por su fuerza simbólica requiere que España adopte una postura nítida, consensuada internamente y compartida con los demás socios europeos: la eventual acogida de personas que se encuentran prisioneras en Guantánamo. Una acogida que, ineludiblemente, sólo podría darse con arreglo a los principios de nuestro Estado de derecho.