MAR ADENTRO

Pun, pun, pun para el Selu

Ya lo dijo el maestro Joan Manuel Serrat, como bien sabe Luis García Gil: «De vez en cuando la vida/nos gasta una broma/y nos despertamos/sin saber qué pasa,/chupando un palo sentados/sobre una calabaza». De tarde en tarde ocurre que eres un chico tímido y con acné y que te deja plantado en la carpa la reina del baile. De tarde en tarde, pasa que de niño soñabas con ser astronauta y ahora tienes que conformarte con tenderte a la orilla de La Caleta, una noche de agosto, para ver cómo caen hermosamente las lágrimas de San Pedro. De tarde en tarde, querías ser rico y ahora te reconoces en la cola del paro. O ansiabas beberte la vida pero acabaste siendo un borracho de esos que cantan la verdad, que cantan las cuarenta o que cantan al revés los duros antiguos.

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De vez en cuando ocurre que eres una adolescente y tienes la magia del tiempo por delante, unos ojos enormes y un amor de mentirijillas que a las primeras de cambio te pega un testarazo y te arroja al río, por donde antes sólo viajaban el desamor de tu llanto. O de vez en cuando eres un currante con un empleo fijo, que te has convertido en un tipo de esos a los que tu madre llamaba un hombre de provecho: pero, de la noche a la mañana, ocurre un ERE, una deslocalización, un caída en picado del Ibex, un sinvergüenza que se larga con la pasta y nos deja con el barro, o a lo peor ya no queda carga de trabajo ni visos de que vuelva a haber y te dejan compuesto y sin sueldo, carne de subsidio, sordo sin serlo, con tus venas abiertas ante un siglo feroz.

De tarde en tarde, eres ese Cádiz del XVIII que creía que el oro de Las Indias era para siempre, que la Catedral iba a acabarse algún día como se acabarían los que comerciaban con los sueños de esta tierra, tan hecha de mar y de murallitas que también se creyeron inexpugnables aunque terminaran dejando pasar a los ejércitos de los trepas, de los asustaviejas y de los mangantes.

De vez en cuando, cualquiera se lleva un chasco como cuando es Carnaval y llega de pronto el miércoles de ceniza. O cuando los señoritos dejaban de pagar al Beni y acabamos perdidos como el barco del arroz: por la mañana, eres el edificio de La Aduana y crees que vas a estar ahí toda la historia y por la tarde, a las primeras de cambio, te condenan al corredor de la muerte de la piqueta. Estás enamorada y un test te avisa de que tienes el VIH. Has escrito el mejor poema de tu carrera literaria y un levantazo se lo lleva a tomar viento, y nunca mejor dicho. Ves morir a tu hijo antes que a tu padre, que dicen que es lo peor.

He ahí los cajonazos que importan, los de la puñetera y tozuda realidad, menuda malange. Lo de Los enteraos, este año, no es de pena, sino de risa. La que alumbrará la cara de luna de José Luis García Cossío que sabe perfectamente que, sin desmerecer a las otras, su chirigota Los enteraos ha recibido el primer premio en el favor del público. Y, sobre todo, como él mismo reconoce, ha rendido un enorme servicio a Cádiz: al primero que intente arreglar el mundo desde un taxi, dirigir una obra como un mirón o ser entrenador de la Selección Nacional desde la butaca del mando descodificado, cualquiera podrá cantarle: «Cuando estoy en la barra de un bar,/y me pongo a charlar/nadie reconoce mi saber./Pero si me quito del medio/a la hora de pagar,/todo el mundo me dice../José.. ¿no sabe tú ná!». Ahora que caigo, ¿se habrá dado el jurado oficial por aludido? Pun, pun, pun.