ENMIENDAS AL PARADIGMA

La 'economía antieconómica'

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La economía está siendo ferozmente denostada estos días, y no hace falta decir porqué. Incluso hay quienes proponen rebajarla al grado de actividad no científica, cuando normalmente la economía ha sido considerada la más científica de las ciencias sociales. Lo cierto es que el saber y la competencia de los economistas sufre hoy una aguda e inexorable depreciación a los ojos de la sociedad, fenómeno que contrasta con el entronizado estatus que hasta ayer mismo habíamos otorgado, no sólo a los grandes gurús del ramo, sino a todo aquél que formaba parte de tan laureada profesión.

Lo sorprendente es que los mismos economistas parecen aceptar de buen grado la regañina, pues en la casi totalidad de las intervenciones públicas y mediáticas a que son requeridos en busca de alguna luz sobre lo que está pasando y va a pasar, estos no hacen más que reconocer explícitamente su ignorancia más absoluta, aportando, en todo caso, poco más que vaguedades y lugares comunes más propios del sentido común popular que de una supuesta competencia científica.

De cualquier forma, no deja de resultar extraño el silencio de los profesionales de la economía acerca de la catarata de críticas que está recibiendo su profesión. Cualquier colectivo profesional agraviado o menospreciado como lo están siendo estos días los economistas, habría organizado ya una contundente campaña reclamando el respeto y la consideración debida a toda profesión sancionada académica y socialmente. ¿Es imaginable que los jueces, por tomar un ejemplo de actualidad, permaneciesen en silencio si la sociedad hubiese extendido la incompetencia atribuida al juez del caso Mari Luz a todos los integrantes de la profesión judicial?

La pregunta es de cajón: ¿por qué los economistas guardan este estoico silencio que parece otorgar la razón a quienes le reprochan incapacidad para explicar y afrontar el descalabro económico del planeta? ¿Por qué los recursos aportados por la sociedad para la formación de los profesionales de la economía no parecen corresponderse con los beneficios que esa misma sociedad necesita y espera obtener de ellos en circunstancias tan delicadas como la que ahora atravesamos? ¿Por qué se limitan a encogerse de hombros? ¿Sería lógico que ante una catástrofe los médicos no supieran curar heridas o hacer diagnósticos acertados?

Ante tal panorama, y haciendo constar que este humilde columnista no pertenece al colectivo situado hoy en la picota, ¿tiene aún interés la posibilidad de rescatar el prestigio que parece haber perdido la economía, planteando la cuestión más allá de la crítica fácil y precipitada a una profesión que se me antoja, como mínimo, útil a la sociedad? Creo que sí, con la condición de que aceptemos como hipótesis de partida la siguiente: la mayoría de los llamados economistas no han venido ejerciendo como tales, sino que se han apuntado a otra cosa, a otro tipo de actividad con el mismo nombre, cuyas prácticas y resultados nada tienen que ver con un concepto cabal de economía.

Los economistas, y nosotros con ellos, olvidaron que economía significa en primera instancia «la buena administración de la casa», de la casa común, es decir, del planeta y sus moradores, de la sociedad humana y su medio, de la gente de carne y hueso, de sus necesidades y de la equitativa administración de los recursos disponibles. Este olvido dio lugar a una actividad ciega y sorda, la economía, atenta sólo al llamado crecimiento económico puro y duro, y que obviaba un «error» contable denunciado por algunos economistas heterodoxos, que haberlos haylos: contabilizar y celebrar sólo los beneficios obtenidos y silenciar los estropicios generados. Estamos hablando, por llamarla de alguna manera, de la economía antieconómica.