CALLE PORVERA

Entre columnas

Creo que pocas cosas dan más rabia que rozar el coche con una columna en un aparcamiento. Uno puede no frenar a tiempo en un semáforo o no ver el adelantamiento de una moto a la hora de girar -aunque todo esto es discutible- pero tener un encontronazo con algo que no se mueve es el colmo. El que ideó aquel anuncio en el que un pilar se movía intencionadamente hacia la pintura reluciente de un vehículo lo sufriría en sus carnes, mejor dicho, en su carrocería, como tantos otros.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Conozco, al menos, a cuatro personas que ya llevan en su coche la marca indeleble (a no ser que su seguro sea a todo riesgo) del aparcamiento de un supermercado de Divina Pastora. Algunos de ellos sufrieron las consecuencias de un simple error de cálculo mientras que otros, directamente, las embistieron mientras daban marcha atrás porque no lograron distinguirlas de la pared, pintada entonces (no recuerdo si lo siguen estando) de los mismos colores.

A lo mejor, el creativo del anuncio de marras fue un día allí a comprar unos yogures y se llevó el besito de una de aquellas columnas con solera. Su disgusto fue productivo puesto que, tras darle forma publicitaria a la experiencia mientras engullía los dichosos vasitos con sabor a fresa, pudo pagarse una pasadita de pintura.

Hasta ahora me ha acompañado la suerte -mucha, diría yo teniendo en cuenta que día a día me peleo con la dirección resistida, que no asistida, de mi troncomóvil- y he escapado del influjo de esas columnas malditas. Ya ven, una no sale de unas columnas cuando se mete en otras y para rizar el rizo, escribe una columna sobre las columnas sedientas de pintura metalizada. ¿Vaya lío!