Editorial

Logro colectivo

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l ascenso matemático al 'número uno' del tenis mundial conseguido por Rafa Nadal en el torneo de Cincinnati premia la calidad y el pundonor del tenista manacorí, cuyo triunfo adquiere aún mayor valía al habérselo disputado a un caballero de las pistas como Roger Federer. La distinción culmina un período excepcional para el deporte español, que ha sumado a los éxitos de selecciones como la de baloncesto y los logros individuales de competidores como Pau Gasol, Fernando Alonso o el propio Nadal la anhelada consecución de la Eurocopa de fútbol y la reconfortante reconciliación con el ciclismo que han supuesto las victorias de Contador en el Giro y de Sastre en el Tour. Esta histórica sucesión de triunfos supone tanto un estímulo para los casi 300 participantes con que contará nuestro país en los Juegos Olímpicos que se inauguran el viernes en Pekín, como una apelación a traducir en medallas la nueva pujanza del deporte nacional. La frecuencia de las satisfacciones que éste depara no puede interpretarse como el fruto de una feliz casualidad o del florecimiento esporádico de talentos, sino que responde a la positiva evolución de una sociedad que ha ido acompasando su progresivo bienestar con notables avances en la consideración del deporte como una oportunidad de ocio, de desenvolvimiento personal y de acceso a una vida más saludable. La creciente presencia de las actividades deportivas en los colegios, la proliferación de centros y clubes en las que realizarlas y el aliento institucional se encuentran sin duda en la trastienda de la actual cosecha competitiva. El reto ahora es equilibrar las estadísticas que apuntan a que siguen siendo más las personas que ven el deporte que aquellas que lo practican, la mayoría sin más recompensa -pero suficiente- que sentirse mejor con ellas mismas.