LOS PELIGROS

La seguridad de los conciertos

Hace poco más de doscientos años se dejó de celebrar la romería de San Sebastián. Allí, los gaditanos de ambos sexos, aprovechando la marea baja, se trasladaban a pasar el día del santo a la isla donde está el castillo de ese nombre. Pasaban las horas con ese espíritu de despreocupada diversión total, tan propia de aquí, que se les subía la marea y se quedaban aislados. La Iglesia alertó de la inconveniencia de que gaditanos de ambos sexos pasaran la noche juntos, incluso a la intemperie, que acerca mucho, y se acabó la romería. Muchísimos años después se construyó el malecón y a la isla (en propiedad, islas) se pudo llegar y volver andando por un paseo que, con el tiempo, se ganó el nombre de Fernando Quiñones. Ahora se discute cómo darles una utilidad comercial en estos tiempos en que parece que la Naturaleza no es suficiente atractivo. Como si la ciudad estuviese precisamente sobrada de espacios libres. Y olvidara que, en este bicentenario, las islas no han cambiado su condición de islas.

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Ya están anunciadas las fechas de tres conciertos, por vocación mayoritarios, a celebrar este verano en ese castillo de San Sebastián. Como suele ser práctica municipal, se lanza una idea que implica a otra Administración (en este caso, Costas, la titular del espacio), aunque sea imposible, irresponsable o muy cara. Si sale, el éxito es del Ayuntamiento; si no sale, la culpa es de los demás, que no quieren a Cádiz. Por supuesto, las actuaciones anunciadas son muy atractivas y a cualquiera nos encantaría poder escucharlas en la ciudad. Se hace una encuesta y gana Caetano Veloso. Pero el debate tiene trampa porque lo que hay que discutir es la idoneidad del espacio para el concierto.

El Reglamento General de Policía de Espectáculos, de 1982, dice que los recintos para espectáculos al aire libre «deberán emplazarse en lugares de fácil acceso» y sus «fachadas han de dar a vías públicas o espacios abiertos aptos para la circulación rodada». El único acceso al castillo podría cumplir esta condición para vehículos de urgencia. Pero entonces se incumpliría que «si se establecen entradas de vehículos, serán independientes de las destinadas a peatones». Ese Reglamento obliga, pues, a dos vías de entrada distintas. Además, impone unas condiciones a su anchura: «Los aforos de los campos o recintos estarán en relación con los anchos de las vías públicas o espacios abiertos colindantes, en la proporción de 200 espectadores o concurrentes o fracción, por cada metro de anchura de éstos». Es decir, como se esperan unos tres mil espectadores en cada concierto, haría falta una vía de quince metros de ancho de entrada. Tanto como una carretera de cuatro carriles para ese aforo. Como, evidentemente, no es el caso, se está incumpliendo el Reglamento.

Tampoco se ha hecho público el Plan de Autoprotección para centros que puedan dar origen a situaciones de emergencia, exigido por un decreto de 2007, norma básica para todo el Estado. Ese Plan lo debe elaborar el Ayuntamiento como titular de la actividad y, por la Ley andaluza de Espectáculos Públicos, lo tiene que controlar el mismo Ayuntamiento, como encargado de autorizar la utilización ocasional de un sitio público para celebrar espectáculos. El que todo quede en casa no supone eludir su cumplimiento. Ese Plan debe estar inscrito en un registro administrativo para su conocimiento. Entre la mucha documentación exigida, debe incluir planos con los recorridos de evacuación y áreas de confinamiento del público en caso de emergencia. Si sólo hay una entrada, y ésta se bloquea, ¿por dónde se evacua al público asistente?

Las mismas consideraciones, pero no ya hipotéticas, podríamos hacer con los conciertos que se celebran en el Baluarte de Santa Catalina, de menor aforo. Una única entrada/salida por un puente sobre el foso. Una auténtica encerrona. Aunque el citado Reglamento de Policía de Espectáculos obliga a anunciar, bien visible, la existencia de Libros de Reclamaciones, y a tenerlos en la puerta, no conozco allí esos paneles. Tampoco el obligado extracto de la licencia de funcionamiento expuesta al público donde pueda verla. Un buen concierto empieza y acaba en la seguridad. No en el cartel.