Opinion

La oposición arranca

Se ha echado en falta a la oposición estas últimas semanas. Desde que despegó la legislatura, el discurrir de la mayoría y del gobierno tenía como contraparte un espeso silencio que desatentaba los equilibrios internos del sistema. Así lo convinimos unos cuantos periodistas con el recién designado portavoz del PP, Esteban González Pons, en una conversación radiofónica informal la noche del primer día del Congreso valenciano del PP, que cuando menos ha servido para solidificar de nuevo la opción popular en torno a Rajoy, tras un período de caos, desconcierto y crisis. En efecto, nuestros modelos democráticos son feliz y generosamente bipolares. La política se forma mediante la tesis y la antítesis, los hegelianos términos que, en el mejor de los casos, concluyen en la síntesis. A menudo prevalece la opinión inflexible de la mayoría, pero aún así, la influencia de la minoría resulta determinante, tanto porque crea opinión pública cuanto porque obliga a los gobiernos a reflexionar y los lleva a percatarse de otras opciones posibles.

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El discurso final de Rajoy del pasado domingo anunció el principio de una nueva etapa en la que el PP, renovado y eufórico, se dispone a desempeñar su papel. La pieza oratoria tuvo a este respecto dos partes diferenciadas: una primera fue de vapuleo inclemente al Gobierno por la crisis económica como si hubiera sido fruto de su mala gestión y sólo a él hubiera que reprochársela. Una segunda fue de mano tendida al Gobierno para alcanzar acuerdos tanto en la economía cuanto en la política antiterrorista. Lo cierto es que esta contradicción resulta tan desconcertante como peligrosa. Porque es evidente que la conjunción de ambas actitudes no es fecunda. La oposición eficaz y constructiva debe basarse en la objetividad y en el sentido de la proporción, elementos que no caracterizaron precisamente al PP en la legislatura pasada.

Rajoy ha ganado holgadamente el Congreso pero no ha integrado a los críticos, que, aunque son evidente minoría, cuentan con poderosos apoyos, entre ellos los de Aznar y Aguirre. Y no habría que descartar que el líder gallego, presionado por ellos, sienta la tentación del escabullirse del asedio por la vía de volcarse con extrema dureza contra el gobierno. Algo de esto hubo ya en el mencionado discurso, en el que recurrió hábilmente a la estratagema de crear un «enemigo exterior» que distraiga a los adversarios interiores. Entiéndaseme bien: no se propone que Rajoy sea blando con Zapatero, ni mucho menos que eluda las funciones de contradicción y control que la oposición debe ejercer puntualmente: de lo que se trata es de que esta oposición fuerte realice una labor estimulante, constructiva y por lo tanto útil.

En el concreto caso de la crisis económica, hay que reiterar el criterio de que lo ideal sería que el diálogo social, entre el gobierno y los agentes económicos, se enriqueciera con la presencia o al menos con aportaciones de la oposición. A fin de cuentas, el estallido de la burbuja inmobiliaria es responsabilidad de ambos partidos: ni el PP ni el PSOE tomaron iniciativa alguna para frenar cuando aún era tiempo aquella espiral alcista que tenía forzosamente que terminar en caída vertical. En todo lo demás, la posibilidad de acuerdos depende más de la predisposición a alcanzarlos que de las posiciones de que se parta, pero el entendimiento sólo se logrará si hay verdadera voluntad estratégica de conseguirlo.