ESPAÑA

Culpable por maya

Indios de Guatemala exponen ante la Audiencia Nacional el genocidio al que fueron sometidos en los años ochenta

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HABLAN quiché, la lengua ancestral de los mayas. Apenas se defienden en castellano, pero eso no ha sido obstáculo para que su voz se haya oído esta semana en la Audiencia Nacional. Allí han hablado de «mujeres violadas y destripadas para sacarles sus bebés», de «aldeas masacradas a pedradas y machetazos», de «niños quemados vivos», del «exterminio por hambre y fuego de un pueblo». Hablan en su idioma, desconocido fuera de Guatemala, del ignorado «holocausto maya».

Sus palabras temblorosas se han alzado para denunciar ante el magistrado Santiago Pedraz las atrocidades cometidas por los militares durante la década de los ochenta en la cuna indígena de Guatemala, el departamento de El Quiché, en la frontera con México. Mayas convertidos en testigos protegidos para recuperar la memoria de los más de 200.000 nativos masacrados, para intentar que la comunidad internacional no olvide un genocidio que la justicia y las autoridades de su propio país «quieren enterrar bien profundo».

Han pasado 25 años pero Domingo L. todavía no sabe dónde están enterrados los suyos. Este hombre de voz tenue fue uno de los supervivientes del holocausto dirigido por los generales Romeo Lucas García y Efraín Ríos Mont en el municipio de Joyabaj, uno de los epicentros de la masacre. Domingo pasó cuatro años huyendo con su familia «por los cerros y los barrancos» para salvar la vida, pero él fue el único que logró sobrevivir.

«Los recuerdos que he traído a la Audiencia Nacional los llevo en lo más profundo de mi corazón», dice. En lo más hondo guarda ese 8 de abril de 1983 cuando fue testigo de cómo «los patrulleros y los militares» mataron a machetazos a 45 personas «muy cerca de mi cantón de Churaxa», entre ellos a su padre y a parte de sus hermanos.

«Llegaron de improviso. No preguntaron. No buscaban a nadie en particular. Sólo querían matar. Mataron a todos los que pudieron, a todos los que no pudieron huir o esconderse. Mataron sin piedad a niños, violaron a las mujeres. Sin ningún motivo, sin ninguna pregunta», recuerda Domingo, que logró salvar la vida escondido bajo las cañas de azúcar. ¿Por qué? El único motivo es que eran mayas .

Busca en sus silencios las palabras justas en castellano. Intenta expresar en una lengua que no es la suya un horror que ningún idioma acierta a describir. «Poco antes yo ya había perdido a mi madre y a otras dos hermanas. Fue en mayo de 1981. Huíamos por la comunidad del Mojón. Ya no teníamos que comer. Mi madre y mis hermanas salieron a trabajar y nunca volvieron. Fueron secuestradas. Nunca recuperamos los cuerpos», lamenta.

La historia de Feliciana M. es similar. Con catorce años ya vio asesinar a dos personas que hacían la compra en Chiche, otra de las zonas nativas más castigadas. «Sólo dos meses después en mi comunidad de Chupoj II llegaron los paramilitares y los militares y rodearon toda la aldea. Allí comenzó el infierno. Esa primera vez mataron a dos vecinos y violaron a otras dos vecinas. Poco después volvieron y asesinaron a un anciano, luego quemaron vivos a los niños», relata emocionada.

Junto a Feliciana y Domingo, otros tres campesinos mayas deambulan sorprendidos estos días por Madrid. Han prestado declaración en calidad de testigos protegidos en la Audiencia Nacional, acompañados por tres peritos forenses. No es el primer grupo de este tenor que salta el charco con ese objetivo, ni será el único. El sumario abierto en 1999 «es nuestra última esperanza de tener justicia, aunque sabemos que Guatemala jamás extraditará a los responsables del genocidio contra nuestro pueblo», dice Lucía Xiloj, abogada del colectivo de defensa de Derechos Humanos que lidera la premio Nobel Rigoberta Menchú, y que ha oficiado estos días de improvisada intérprete.

La letrada quizás sea una de las mayores expertas sobre el holocausto maya. «Fue un genocidio de libro. En todas las aldeas siguieron patrones comunes. Asesinaban a pedradas a los niños. Mataban a golpe de culata a los adultos. Abrían el vientre a las mujeres embarazadas... una historia interminable que se revive estos días.