EL COMENTARIO

Rajoy en su laberinto

La historia es conocida: Mariano Rajoy, un personaje político valioso en el generalizado erial de nuestra vida pública, fue propuesto por Aznar para la candidatura popular a La Moncloa en 2004. Y Rajoy pagó entonces no sólo la pésima gestión que hizo su partido del 11-M, sino la delirante megalomanía de su mentor durante la insoportable legislatura 2000-2004 en que Aznar, poseído de sí mismo, perdió el tino y -entre otros errores- se embarcó en la guerra de Irak.

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Para el propio Aznar y para el grupo mediático de opinión que lo arropó, aquella derrota fue simplemente un error del electorado, una especie de accidente de la naturaleza que se corregiría automáticamente en el 2008 cuando la sociedad estuviese convencida de la veracidad de la siniestra conspiración del 11-M, en la que unos incautos islamistas, seducidos por cómplices del aparato del Estado, provocaron la triple matanza de casi doscientos muertos para derribar al PP del Gobierno. Rajoy, poco firme, se dejó arrastrar por aquellos cantos de sirena... que cesaron en medio del general ridículo cuando la sentencia de la Audiencia Nacional desmontó todas las fabulaciones.

Rajoy se quedó entonces literalmente colgado de la brocha, sin tiempo para improvisar una propuesta creíble de gobierno y, como era previsible, fracasó estrepitosamente el 9-M en su intento de gobernar. Y, como resultaba también perfectamente imaginable, una vez constatado el desastre, quienes lo habían arrojado al precipicio se apresuraron a exigirle la dimisión y la retirada.

Rajoy dudó unos días. Es además probable que la noche electoral, en la que tardó más de lo preciso en comparecer ante los suyos en el balcón de Génova y en que la gestualidad de su esposa resultó bien expresiva, tuviera decidida su marcha. Pero debió encolerizarse al observar la reacción de sus consejeros externos, teóricamente más cercanos, y la ira le proporcionó el impulso para reivindicarse personalmente y, apoyado en los diez millones de votos obtenidos, optar por continuar en el liderazgo del partido tras el congreso anticipado a junio.

Lógicamente, aquella reacción, que desairaba no sólo a su acompañamiento mediático más radical sino también a los sectores más cavernícolas y reaccionarios de su partido, le obligaba a llevar a cabo una renovación en todos los terrenos, no sólo para cambiar la escorada imagen del PP clerical y casposo, sino también para apoyarse en unos equipos leales. Esto explica la designación más significativa de las que ha realizado hasta ahora, la de Soraya Sáenz de Santamaría como portavoz en el Congreso, puesto en que sustituye nada menos que a Eduardo Zaplana, el conductor de la gran falacia del 11-M y el referente ideológico del viejo PP, que acaba de ser arrojado por Rajoy a la cuneta. No es extraño que los buitres se hayan abalanzado sobre la joven abogada del Estado para tratar de destruirla.

El alarde de autonomía de Rajoy no se ha parado en Soraya. Visiblemente, ha dado un portazo en las narices al políticamente ineficaz Pizarro, probablemente una imposición de Faes de última hora, o a Juan Costa, para fiar la dirección económica del partido -la cuestión más candente del momento- en el experimentado Cristóbal Montoro. Y según todos los indicios, continuará hasta el mismísimo congreso, donde por sentido común serán postergados quienes, dando por supuesta la derrota de Rajoy, ya se disputaban impúdicamente y a gritos el liderazgo del partido semanas antes de las elecciones del 9-M.

Pero todo indica que algunos plantearán batalla: ha irrumpido ya en Internet una expresiva web, esperanza2012.com, en la que se reclama la retirada de Rajoy y un congreso abierto, al tiempo que se postula a la presidenta de la Comunidad de Madrid para el relevo. Si como decía Oscar Wilde las cosas son siempre como parecen, resultan inútiles las protestas de los promotores de dicha página en el sentido de que Esperanza Aguirre no tiene nada que ver con la iniciativa. Rajoy ya explicó el dilema para prevenir las críticas: si no tiene competencia en el Congreso, se destacará la unanimidad a la búlgara, y si la tiene, se hablará de un partido fracturado. En la disyuntiva, parece claro que a Rajoy le interesa que haya por lo menos otra candidatura frente a la suya, aunque en este caso, claro está, exista para él un margen de incertidumbre. Y si venciese, como es probable, en estas condiciones, su figura quedaría reforzada y con mayores dosis de legitimidad.