Complemento circunstancial

La madurez era esto

CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Nadie me lo dijo todavía, pero me estoy haciendo mayor. Tenemos una absurda tradición en casa, heredada de una absurda vecina de mi madre, una niña encerrada en un cuerpo de vieja, vestida de muñeca, como Baby Jane Hudson, pero a lo Cádiz. Cada año, tras las uvas y con la ceremonia que le permitían sus cortas piernas, abría todas las ventanas y todos los balcones de par en par y decía en cada hueco: «Vete, año malo, vete, que entre el año nuevo». Y así quedaba inaugurado lo que se suponía que serían trescientos sesenta y cinco años de dicha. Hubo un tiempo en el que yo también esperaba a que dieran las doce para imaginar que el año nuevo sería maravilloso y que nos cambiaría la vida, que nos haría más felices y todo eso, y creía que todo lo que quedaba por venir era infinitamente mejor que lo que arrojábamos por la ventana repitiendo las palabras mágicas «Vete, año malo, vete».

Siempre fui, más que pesimista, murphiana, y sabía que en el fondo no hay situación que no pueda empeorar, y que si algo puede salir mal, saldrá todavía peor. Pero nunca imaginé que me haría tan mayor como para comprender lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor, como para mirar hacia atrás con más nostalgia que nunca. La madurez era esto. Querer retener a toda costa al año viejo como si lo que viene no fuera más que una enloquecida carrera hacia el final en la que perderé irremediablemente algunas cosas, en la que se me irán por la ventana las cosas que más quiero. No sé si el año que viene estaremos todos, no sé si la ingenuidad de mis niños seguirá siendo la misma porque se me están haciendo mayores sin que yo pueda hacer nada por impedirlo, no sé si tendremos salud para tirar de este carro. Ahora entiendo los suspiros y las caras de resignación de los mayores. Y la estridencia de mi vecina, que tanto les divierte a mis hijos. Feliz Año nuevo, para los que crean en él.