ACTRIZ. Ofelia Medina brilló como Frida Kahlo. / O. CHAMORRO
ANÁLISIS

Cayó el telón

Concluyó la XXII edición del Festival Iberoamericano de Teatro y, como cada año, queda la satisfacción de haber estrechado lazos entre creadores y participantes, entre anfitriones y artistas que arribaron aquí con las maletas llenas de ilusión y entregados a un festival que forma parte ya de la memoria de muchos de ellos.

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Por supuesto, quedan en nuestra experiencia los lazos entre el teatro y el público gaditano. A modo de colofón hay que hacer un ejercicio reflexivo sobre algunos aspectos relevantes de esta fiesta teatral.

Ha sido una edición que ,como en otras ocasiones, nos ha permitido obtener un panorama amplio y enriquecedor de lo que es el teatro para otros pueblos. Las diferencias y coincidencias han estado marcadas por dos grandes grupos con tendencias muy diferentes en el modo de entender el hecho escénico. Lo menos interesante quizás, pasó por presentar espectáculos en los que primaba el entretenimiento o bien, un tipo de teatro más tradicional, basado en la recreación de una ficción sin un planteamiento novedoso o incluso estético.

Creo que los experimentos más fallidos, y que seguían esta línea, fueron las dos coproducciones interculturales: por un lado Arlequín, servidor de dos patrones y por otro En las puertas de Europa.

Dentro del panorama de nuestro FIT también ha habido un grupo de obras que nos acercaban a una realidad social muy concreta -la de sus países de origen- y que considero los experimentos escénicos más valiosos y arriesgados.

En esta línea ha habido apuestas memorables sin duda. El artista, el que se llame creador, debe estar preocupado por entablar un diálogo con el espectador de su tiempo y con la firme intención de servir como referencia, como espejo de una realidad que le ayude a definirse como ser humano. No es casualidad que la mayoría de los espectáculos latinoamericanos sean producto de una realidad actual en el país en el que fueron creados; esta realidad social sirve como caldo de cultivo para la creación. No es posible pensar en teatro sin la conciencia de que el creador le habla a sus contemporáneos y a la realidad que le circunda pues es a ellos a quienes se debe su trabajo finalmente. Esto me permite incidir en el punto de que ocio y cultura no son una misma cosa.

Lo primero está relacionado con el hecho simplemente de distraer u ocupar el tiempo de un público poco exigente. La cultura, y el arte en general conllevan planteamientos mucho mas complejos que pretenden hacer mella en la mente y en el intelecto del espectador.

Como decía Eugenio Barba, el teatro debe crear espectadores, entes activos capaces de dialogar en el plano espiritual, intelectual o emotivo con el artista, originando en quien ve su definición como individuo y no como masa. El público, en cambio, no necesita definirse pues sólo se quiere de él el engrosamiento de un colectivo incapaz de expresarse.

Ojalá que este fecundo intercambio cultural que disfrutamos cada año permanezca vivo en aras de un teatro cada vez más renovador y comprometido y que goce de buena salud por muchos años.