Opinion

El útil apaño

La expresión pasar página, tan cercana a lo políticamente correcto, fue utilizada profusamente ayer para describir el rápido y positivo desenlace de la "cumbre" de la UE en Lisboa y algunos observadores más crudos hablaron, para decir lo mismo, de un buen apaño.

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En la acepción oficial (diccionario de la Real Academia) un apaño es un remiendo o compostura que se hace a alguna cosa que la precisa y la avería de la nonata Constitución europea era cómo venderla a un público ajeno desde el primer minuto del meritorio trabajo de la Convención que, presidida por Giscard d?Estaing, fue creada en 2002.

Cuando el texto quedó dispuesto era largo, farragoso, atendía a todo el mundo (y por eso era tan prolijo) y empezó su recorrido de ratificaciones en referendos con el sí español (sin entusiasmo) o en los parlamentos hasta el no de las consultas públicas en Francia y Holanda. Herido de muerte, el Tratado fue objeto de una especie de redimensión a la baja y eso se ha logrado plenamente ahora, ha perdido solemnidad y el mecanismo de adopción y confirmación ha sido desdramatizado.

La singularidad británica (el Reino Unido está en la Unión solo nominalmente en asuntos clave) se mantiene (Londres no firmará la Carta de Derechos Fundamentales, que se presenta como la única gran novedad del nuevo Tratado) y los mecanismos del Tratado de Niza para la toma de decisiones cruciales (con las mayorías determinadas y los casos de unanimidad) también hasta 2014. Un aplazamiento negociado hace tiempo y juicioso si se quería salir del atolladero.

Conclusión: lo hecho, bien hecho está porque no se podía hacer nada mejor ni distinto. Si la Unión sigue siendo un gran espacio físico, un gran mercado común con una moneda única y muy sólida, un campo de prosperidad, seguridad jurídica y protección social para sus ciudadanos, es mucho y es prematuro pensar que pueda -o deba- ser otra cosa.