El poeta Leopoldo María Panero, en el 2003. :: J. DE DOMINGO
Sociedad

El poeta que eligió la locura

Leopoldo María Panero, apóstol de la incorrección, genio maldito y salvaje, muere en un psiquiátrico con 65 añosÚltimo de una estirpe poética, alumbró el grueso de su torrencial obra en las instituciones mentales en las que pasó la mayor parte de su vida

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Poeta torrencial y autodestructivo, paradigma de genio maldito, alucinado, indómito y brillante, último de una estirpe de poetas, Leopoldo María Panero eligió vivir en la locura. Transgresor, inclasificable y desbordante talento poético, falleció ayer, próximo a cumplir 66 años. Huyendo de las inclemencias de la cordura, pasó la mayor parte de su vida en instituciones psiquiátricas sin que su inestabilidad emocional y mental le impidiera publicar con regularidad y armar una de las obras más singulares, potentes y lúcidas de la reciente poesía española. Sobrevivió a sus hermanos también poetas -José Moisés Santiago, 'Michi', el menor, fallecido en 2004, y Juan Luis, el mayor, desaparecido en 2013-, para perecer a causa de un fallo multiorgánico en un hospital de Las Palmas de Gran Canaria -«el manicomio del Doctor Rafael Inglot», para él-, en el que ingresó voluntariamente y que tenía encomendada su tutela. Sus restos serán incinerados hoy en el Tanatorio San Miguel de la capital grancanaria.

A pesar de su tormentoso y esquizofrénico carácter, de sus paranoias y su impredecible y volcánico comportamiento, «era un ser cercano y tierno que hacía que la gente le entendiese, que se enamorase de su poesía grande e inmensa», según Antonio Huerga y Charo Fierro, amigos y editores. Alejado del «puto infierno» del manicomio, de «las toneladas de haloperidol» que lo aturdían, aseguraba que «España es la que está loca y no yo». En sus horas de libertad, lejos de los pastillazos y la rigidez hospitalaria, reconocía que «los locos y los borrachos tienen la perniciosa manía de decir la verdad». Instalado por voluntad propia en el lado salvaje de la conciencia, aseguraba «cultivar el espanto como un ciencia». «La CIA tiene un plan para acabar con mi vida», sostenía. También decía que jamás oía voces, pero que sí retumbaban en su cabeza «los pensamientos de la gente que me llegan de forma telepática».

Hijo del poeta astorgano Leopoldo Panero y la escritora y actriz Felicidad Blanc, sobrino del también poeta Juan Panero, creció en el letraherido e emocionalmente insano anbiente famliar, bajo el aliento poético de su autoritario padre, falangista y alcohólico, cima de la poesía de posguerra y afín al régimen de Franco.

Había nacido en Madrid el 16 de junio de 1948 y la poesía fue una vocación infantil, a la que Leopoldo -tardaría en incorporar el María que le distinguía de su progenitor- se entregó mientras estudiaba. Primero el bachillerato en el Liceo y el Italiano de Madrid y luego Filosofía y Letras en la Universidad Complutense y Filología Francesa en la Central de Barcelona.

Novísimo

Antifranquista furibundo, faltón y pendenciero, antes de cumplir los veinte años había pasado ya por varias detenciones. Llegarían enseguida las etapas de reclusión en instituciones mentales. Como poeta se ganó pronto la etiqueta de maldito que le acompañó hasta el final. 'Por el camino de Swan' (1968) fue su brillante debut, un poemario deslumbrante al que siguieron 'Así se fundó Carnaby Street' (1970). El editor Josep María Castellet lo incluyó en su mítica antología 'Nueve novísimos poetas españoles' de 1970, junto a Vázquez Montalbán, Martínez Sarrión, Azúa, Gimferrer, Molina Foix, Guillermo Carnero o Ana María Moix. Fallecida la semana pasada, 'la nena', la única mujer de aquella profética selección, fue un amor imposible y nunca correspondido del joven Panero que aún se buscaba en los límites de la cordura en la Barcelona de los últimos sesenta.

En los primeros setenta publica 'Teoría' (1973) y tras una estancia en París, regresa a España a finales de la década y escribe 'Narciso en el acorde último de las flautas', uno de sus libros más celebrados. Encuentra entonces en Eduardo Haro Ibars un alma gemela en el exceso y las rarezas literarias y avanza en un rimbaudiano descenso a los infierno del que no habría retorno.

Capaz de memorizar toda la poesía de Rimbaud Verlaine y Baudelaire, dueño de una prodigiosa memoria y una displicente y mordaz inteligencia, traductor excelso, como prueba su versión de 'Matemática demente', los cuentos humorísticos de Lewis Carroll, y acerado ensayista, el tabaco el alcohol y las drogas fueron compañeros de viaje del poeta desde su conflictiva y delirante adolescencia. En 1980 publica 'Last River Together' y se retrata en 'La canción del croupier del Mississipi'. En 1992 dedicó una espeluznante colección de poemas a la heroína. Incapaz de socializar, enfrentado a su familia en una relación tóxica de la que dio cuenta la película 'El desencanto', de Jaime Chávarri, a mediados de los setenta, pasaría la mayor parte de su vida adulta en centros de tratamiento psiquiátrico como el de Mondragón (Guipúzcoa), donde permaneció casi quince años y alumbró algunos de sus poemas más divulgados.

Ricardo Franco lo reclutaría en 1994 para interpretarse a sí mismo en 'Después de tantos años', nueva vuelta de tuerca al estigma de los Panero. Sus últimos años transcurrieron en la unidad psiquiátrica del Hospital Rey Juan Carlos de la capital grancanaria, en el que estaba tutelado en régimen abierto. En «el manicomio del doctor Inglod» sigue escribiendo poemas en solitario o en colaboración con amigos como Félix Caballero. Mezcla en su abstruso y culturalista discurso Poe con Wittgenstein, a Lautremont con ETA y equipara su inteligencia a la de Niztsche. Fuma varias cajetillas cada día y bebe compulsivamente Coca-Cola.

El poeta loco, descentrado y raro, el hombre roto y alucinado, incapacitado para la vida corriente, el orate que peregrinó por los manicomios de Ciempozuelos, Tarragona, Getafe, Mondragón o Las Palmas, sería el primero de su generación incorporado a la nómina de clásicos de la editorial Cátedra.