Tribuna

Mientras tanto

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Mientras tanto, alguien se anuda la corbata en Berlín. Besa a los niños, sale de casa, monta en su coche, llega a la oficina, le guiña un ojo a su secretaria, abre una hoja de Excel y se prepara para arrasar un bosque entero de países. En Washington, un treintañero con resaca aparca su Lamborghini en su recién estrenada plaza de garaje, sube al despacho, hojea la prensa económica y decide que tal o cual nación es basura, con la sangre fría con la que el francotirador de Homs escoge volar la cabeza de esa señora de las bolsas de la compra y no de aquel hombre que pasea el perro.

Mientras tanto, los primeros turistas escalan las piedras de la Acrópolis, calienta el sol el perfil de las Cariátides y a Vasili, panadero en paro que a las once de la mañana se ha cargado ya tres cervezas de medio litro apoyado en la parada de metro Syntagma, le corre por la espalda la brisilla del pánico.

En Cádiz a María le cuesta encontrar un choco entre tanta papa y Paco, acodado en la Punta, ni siente ya las hundidas de la viyuela de tan poco dormir y de tanto pensar en María y en cuánto hace que no le lleva un regalo, de tanto buscar en las espumas de un mar blando quién sería el perro que mandó su perra vida al carajo.

Mientras tanto, en la Carrera de San Jerónimo, un ministro ríe en su escaño y en el salón de los pasos perdidos tres tipos discuten sobre si es rescate o ayuda. En la puerta espera un chófer con gafas negras que dice «Buenos días, señora» y hay coches en los que se montan gentes, y hay bromas y se habla de estrategias de comunicación.

Y mientras el mundo tirita bajo las faldas del miedo, la camarera y el chaval que roba el wifi de la cafetería se miran a los ojos, y a Elenita le bulle en la barriga un revuelo de cigüeñas. Y alguien recuerda que alguien escribió que «mientras tanto hay oraciones, hay pétalos, hay ríos, hay la ternura como un viento húmedo. Solo mientras tanto».