Editorial

Vía Hollande

El presidente de la República francesa y la canciller Merkel deben revisar las bases del eje Berlín-París recurriendo al pragmatismo

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El nuevo presidente de la República francesa, François Hollande, no dudó en reanudar su viaje para reunirse con la canciller alemana Angela Merkel después de que un rayo alcanzase a su primer avión. Hollande quiso así realzar el significado que en su mandato tendrá el eje Berlín-París, para cuyo afianzamiento puede resultar importante la figura del recién designado primer ministro Jean-Marc Ayrault. Una vez investido Hollande debía hacer honor a la dimensión europea de la elección presidencial no sin antes exponer en su primer discurso en el Elíseo sus objetivos de dotar a la Unión de «proyectos, solidaridad y crecimiento». Antes de trasladarse a Berlín, el nuevo presidente de la República francesa anunció solemnemente que su propósito es «abrir una vía nueva en Europa», concretando sus intenciones en acompasar «la necesaria reducción del gasto público con el indispensable estímulo de la economía». Una fórmula de equilibrio a la que no todos los países del euro pueden aspirar en las mismas condiciones y que, por ahora, parece solo factible para las economías centrales. De hecho, el propósito de Hollande encierra la solicitud de buena parte de los socios europeos para que Alemania se decida a tirar de la demanda exterior de los demás miembros de la UE como la única manera de que la economía común salga del viciado círculo que la austeridad y la recesión describen en la periferia del euro. Pero la 'alternativa Hollande' contiene también una honda preocupación respecto a la propia situación económica de Francia, en muchos aspectos más dependiente que tractora de la recuperación europea. Es esta la faceta en la que el rigor de la canciller Merkel tratará de ahondar a la búsqueda del pragmatismo reformista del tándem que a partir de ahora formarán Hollande y Ayrault. El presidente francés señaló ayer que «fijará las prioridades» sin pretender decidir todo sobre todas las cuestiones de gobierno, en un claro gesto de distanciamiento respecto al estilo Sarkozy. Esas formas presidenciales -menos impetuosas y omnipresentes que las de su predecesor- pueden favorecer, también, una gestión particularizada de los muchos capítulos en los que cabría hacer compatible la contención del gasto y la inversión pública como aportación francesa a la «nueva vía para Europa» que preconiza Hollande.