Tribuna

Conexión directa

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No llegaremos a ser una ciudad completa hasta que no aprendamos a mirar a nuestro alrededor. En la práctica funcionamos como los caballos de enganche. Sino piensen en la posibilidad de ir al cine, a jugar a unos recreativos, en comprar un ordenador o unos muebles para tu casa. O simplemente para ir a trabajar o a la universidad. Necesitas un coche.

Ahora miremos a otras ciudades con todas esas opciones y echemos un vistazo al plano de los transportes públicos directos. No quiero compararnos con Madrid o París, áreas metropolitanas fuera de nuestra escala y a otro nivel, pero sí comprender que en ciudades mucho más grandes esta problemática ha sido resuelta. Los centros comerciales, núcleos industriales y universitarios al ubicarse, exigían también conexión directa con transporte público.

Y por conexión directa me refiero a las que no necesitamos una carretera. Las líneas de autobuses siguen siendo confusas, y sobre todo impredecibles en horarios, por mucho que queramos ajustarlas por GPS o con horarios en paradas. No valen, siguen siendo imprecisas. Valen para un desavío, pero no son serias.

Miren ahora Bahía Sur. No hubiera triunfado tanto si no se hubiese ubicado desde el primer momento un apeadero de Renfe en sus inmediaciones. Y ahora miren también el fracaso del apeadero universitario, indirecto, con una línea aparte de la principal y una larga caminata a realizar para llegar a las facultades. Por no hablar de los núcleos industriales, que por supuesto no tienen ni conexión.

El puente va sin Cercanías, dejando la posibilidad de instalar un tranvía. Encima nos dedicamos a hacer las cosas chapuceramente, sin contar con el largo plazo. Se ha sacrificado la posibilidad de conexión directa con la universidad y con el núcleo industrial de Puerto Real por la rapidez en las obras. Mal. Muy mal, aunque no toda la culpa debe ser esa, sino que se proyectan las cosas y su ubicación sin estudiar antes el cómo se llega allí. Se construye primero y se asfaltan las calles después. Es como comenzar la casa por el tejado. Una desfachatez.