Sociedad

Sotogrande, el sueño de un espía

Hace medio siglo que el filipino John McMicking halló el paraíso en Cádiz. Ahora es la urbanización más exclusiva de Europa

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John McMicking buscaba el paraíso en la tierra y lo encontró en España. Como tantos, pero él no era un guiri más. Ni llevaba sandalias con calcetines blancos ni en 1962 existían cámaras digitales. Era un dandi de la época, espía en la Segunda Guerra Mundial, con pasaporte filipino y nieto de un naviero gaditano (Joaquín de Ynchausti) bendecido por los favores del general McArthur y con pasta suficiente para empapelar la Península. Su cuenta corriente y la casualidad se aliaron en los años 60, medio siglo antes de que Sotogrande fuera portada en todas las revistas del corazón. Un empleado de una de las empresas de su imperio, Ayala Corporation, tenía la complicada misión de buscar un lugar para plantar allí la atlántida del lujo, un gueto de tranquilidad y burbujas de champagne para el esparcimiento de la jet set mundial. Y construyó Sotogrande, la cuna más noble del veraneo en España, el no va más de la aristocracia de las bermudas, la urbanización más exclusiva de Europa.

La historia comenzó en 1962, cuando las 2.000 hectáreas hoy sembradas de calles y acariciadas por las ruedas de lo más granado de los coches deportivos no eran más que un erial verde. En aquellos días, Freddy Meilan, que así se llamaba el empleado de Ayala Corporation, recibió un regalo que cambiaría el oeste de la provincia de Cádiz (Sotogrande está en Cádiz, aunque en el Campo de Gibraltar, esa comarca que mira a Málaga). Swiss Air le regalaba por buen cliente unos billetes a España. Buena oportunidad para unas vacaciones. Pero le cayó el marrón del verano cuando McMicking le hizo el encargo: «busca un sitio». A lo grande. Al principio, Meilan pensó en comprar la isla de Formentera, según narra en uno de sus artículos la revista 'Sotogrande'. Llamó a Filipinas y la respuesta fue «sigue buscando». Así que se recorrió la costa mediterránea de norte a sur, hasta que algo llamó su atención. Se paró en la finca Paniagua, a orillas del río Guadiaro, en la frontera mágica que une Cádiz y Málaga, un lugar con agua, a tiro de piedra del aeropuerto de Gibraltar y en un país cuyo gobierno franquista estaba dispuesto a todo por la causa del lujo. La dictadura le otorgó excepcionalmente el título de interés turístico. La carambola del sueño de McMicking se hizo excavadoras y pronto absorbió otra finca llamada Valderrama. Meilan se hizo la primera casa, construyó el club social del Cucurucho y la quimera comenzó a crecer a la sombra del poder monetario de la época. No le faltaban padrinos.

En el proyecto del campo de golf se metieron la flor y nata de las fortunas del mundo, capitaneadas por el rey del estaño Jaime Ortiz Patiño, propietario de buena parte de las minas de Bolivia. A su lado, el comerciante de diamantes y criador de caballos de carreras Phillip Oppenheimer; Rainer Gut, peso pesado de Crédit Suisse; Helmut Maucher, director de Nestlé; Enrique Zobel, heredero de la Ayala Corporation; y George S. Moore, directivo de Citigroup y representante de la familia Onassis en EE UU. Entre todos juntaban una inmensa montaña de dinero. Años después, la sociedad, que cotiza en la Bolsa de Madrid, está participada mayoritariamente por el grupo NH, pero en aquella época los aficionados al golf confundían Marbella con Madrid y no sabían organizar sus viajes a Sotogrande. Hoy no hay ningún golfista que no haya oído hablar del club de Valderrama, sobre todo después de la Ryder Cup que trajo Ortiz Patiño en 1997. Exclusivo es poco. Hasta el propio Bill Clinton, siendo presidente, se tuvo que buscar otro campo en el que poder jugar «con su ejército», le contestó Ortiz Patiño.

El rompehielos de Parker

Enrique Zobel, el heredero del imperio del viejo espía, también trajo el polo de Filipinas y montó un campo en la playa. En la actualidad hay once canchas y Sotogrande es uno de los centros de referencia en todo el mundo, y aquí llegan los equipos más chic. Es posible asistir a un enfrentamiento entre los jugadores del banquero venezolano Víctor Vargas, suegro de Alfonso de Borbón, y el de James Parker, tiburón de la prensa australiana que llega con su equipo metido en un barco rompehielos convertido en yate, el 'Artic P', un engendro de 88 metros (tiene otro más manejable de 46 y 22 millones de dólares). Lucha de titanes y de carteras.

Sotogrande es la cuna del lujo. Una cuna pequeña, eso sí. Mide 2.000 hectáreas (un campo de fútbol tiene una hectárea) y hay censadas algo menos de 3.000 personas, aunque se calcule que allí viven unas 12.500. La pregunta es si hay tantos ricos oficiales en el mundo. La respuesta es sí, pero no todos están allí. Sotogrande se ha democratizado. Ahora no se puede aparcar en la playa, cosa de gente 'pobre'. La 'high' pasa el día entre la cancha de polo, el campo de golf, el yate y las fiestas. ¿Salir por la noche? Generalmente, no. De ciertas casas no vale la pena salir. Todo es demasiado privado, a la sombra de los flashes de los paparazzi. Tanto, que entre los veinteañeros españoles con posibles se le conoce al sitio como 'Tostongrande', la variante con mala leche de 'Soto', que es como se le llama al sitio entre los habituales de la zona de toda la vida. ¿Quiénes son? Tienen en común una cuenta corriente insultante. Entre ellos hay gente que se lo puede permitir, ricos oficiales, famosos, aristócratas y auténticos multimillonarios de los que no se conoce ni el nombre. Las fotos de las revistas del corazón solo son el escaparate de lo que realmente ocurre: saraos a puerta cerrada con invitados venidos desde la otra punta del mundo (billetes pagados) y una red de amistades y negocios a prueba de quiebras. Ahora, los nombres que se conocen: la familia real, que acude a los campeonatos de polo, Ana Rosa Quintana, El Juli, Patricia Rato, Mar Saura, Isabel Preysler, Elena Salgado, Ana Aznar, Sarah Ferguson, Inés Sastre, Jaime de Marichalar y familia... Todos ellos van y se dejan ver, por todos menos por la prensa, a poder ser.

El yate se paga aparte

Hay ciertas fiestas en las que hay que estar, y punto. Esas reuniones se organizan en casas como las que se venden en la zona. Entre los precios del montón, una de 800 metros cuadrados, nueve dormitorios, más salones de los que se necesitan, más cinco kilómetros cuadrados de finca, sauna, camas balinesas... ¿Piscina? Eso ni se pregunta. Todo a cambio de siete millones y medio de euros, que alguien pagará a través de una sociedad. Si tiene sede en Gibraltar, mejor que mejor. La casa no es la más cara. Otras llegan a los 12 millones de euros -al menos en el precio de salida-, aunque también hay un mercado para ciudadanos menos pudientes. Los 'pobres' del pueblo pueden optar a un apartamento con salida a la urbanización y al embarcadero en el río por unos 400.000 euros. Si tiene piscina, no baja de los 600.000. El yate se paga aparte.

Si a alguien le viene mal el gasto, siempre puede alquilar una de las mansiones. En internet se ofrece una con seis dormitorios por 40.000 euros a cambio de un poco de paz para el mes de agosto. Una ganga. Tiene de todo, hasta una cámara frigorífica en la que cabe una familia entera.

Los precios han bajado en torno a un 30% dado el reguero de cadáveres financieros que ha dejado la crisis económica. En los últimos tiempos, la caída de ventas y promociones ha cerrado varias inmobiliarias, aunque a un cierto nivel los baches ni se notan. Si uno es rico de verdad, poco importan unos millones más o menos en el banco si se trata de jugar al pádel en el gueto de los archimillonarios que un día soñó McMicking en Filipinas.