Artículos

LA GRAN TABARRA

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Los toros siempre han sido un arte conversacional. Con unos cuantos muletazos memorables, acompañados de su poca arriesgada simulación, han tenido siempre tema para todo el invierno algunos aficionados. Ahora nos aguarda la gran monserga, con eso de que Cataluña haya prohibido la 'fiesta nacional', no sabemos si por lo que tiene de fiesta o lo que tiene de nacional. La cosa va para largo. A quienes nos gusta, mejor sería decir nos apasiona, ese espectáculo bárbaro y hermoso, sólo nos ha sido vedado presenciarlo, dentro de dos años, en determinada comarca. No hay que ponerse así. Nos quedan todas las demás. En mi caso, dada mi edad, quizá a partir de 2012 haya perdido todo interés. Y no sólo por la lidia.

Hubiera sido mejor no prohibir nada, pero está comprobado que nos gusta. Los toros siempre han reclutado en España un número aproximado de ilustres partidarios y de detractores no menos ilustres. Le emocionaban a Picasso, a Ortega y Gasset, a Gerardo Diego y a tantos españoles egregios, pero a otros compatriotas, que también se habían salido de la grey, les repugnaba. No veían más que el martirio de un animal. Recuerdo una vieja polémica entre Foxá y Wenceslao Fernández Flores. Las corridas le gustaban al gran Mariano de Cavia tanto como le repelen al gran Manuel Vicent. Lo insoportable es que a los buenos lectores nos caigan kilos de letra impresa debatiendo una cuestión que más que taurina es estrictamente catalana. La diferencia es la gran musa del mundo, siempre que no sea propuesta y hay quienes se empeñan en diferenciarse. Se trata de ser distintos para dejar de ser iguales. Al verano sangriento de Hemingway le va a suceder el verano plúmbeo de los predicadores, ya sean a favor o en contra. De momento, los cráteres de Iberia van a clausurarse en Cataluña pero estamos jugando con fuego y la 'varia España', que dijo Azorín, se expone a que la varíen sin contar con ella.