Los peluches, un clásico de los espejos. / Imagen: R. C.
MUNDO GUERRERO

Colgado en tu espejo

De aquel Elvis que meneaba las caderas a las cintas religiosas y los atrapasueños, la moda de ‘decorar’ el retrovisor va a más

MADRID Actualizado: Guardar
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Ay los coches. Cuánto juego nos han dado sus salpicaderos. Aquel ‘papá no corras’, que luego avanzó al ‘papá no fumes’… qué tiempos aquellos de los radiocasetes, de las gasolineras surtidas de cintas de Junco, Emilio el Moro, los chistes de Arévalo, Lo mejor de Xuxa… y colgando del espejo retrovisor aquel perrito con cara de lerdo que no paraba de cabecear. Luego aparecieron los Elvis. Ese sí que movía las caderas… un bache y otro, y otro más y el Elvis que no cesaba de brincar como un pelele sin dirección, orden ni concierto. O el ambientador con forma de pino (aún no habían llegado los de Mercadona) que se evaporaba al tercer ducados o la minibola de discoteca, deslumbrante compañera de viaje que cegaba al copiloto cada vez que se atravesaba un rayo de sol.

Ha pasado el tiempo. Miramos por el retrovisor y vemos que ya no somos tan jóvenes ni seguramente tan horteras, pero ahí andan colgados los atrapasueños siux, una pesadilla para el GPS que se puso de moda hace unos años y bajo cuyas taumatúrgicas plumas todavía conducen hoy un buen número de supersticiosos con problemas de almohada. Los conductores más devotos dan fe de que hay otras fórmulas para ahuyentar los males (los de ojo y los otros) y exhiben orgullosos los escapularios, las cintas de la Virgen de Covadonga o del Pilar (38 centímetros de tela bendecida, lo que mide exactamente la pequeña talla aragonesa), los rosarios, las medallas del Rocío, las cruces de Caravaca, los sancristóbal y los angelotes…

Claro que también hay retrovisores que son el espejo de almas patrióticas y deportivas (fíjese en que cada vez hay más banderitas tras los parabrisas) y otros de los que cuelgan peluches (ositos, pitufos, bobesponjas...). Sí, nos sigue gustando tunear los salpicaderos. Esos pequeños adornos parecen dan carácter y personalidad a nuestros coches, como una prolongación del yo hacia la máquina que permite al conductor interactuar con el del carro de al lado. “Los accesorios de coche que utilizamos, al igual que la marca de ropa que vestimos, contribuyen por su simbolismo a formar la imagen que nos hacemos de nosotros mismos”, explica Salvador del Barrio García, profesor del Departamento de Comercialización e Investigación de Mercados de la Universidad de Granada (UGR).

Uno de cada tres

¿Sabía que casi el 36% de los conductores emplean colgantes en el retrovisor? La web del motor Coches.com se molestó en hacer una encuesta que dio como resultado que estos cachivaches son el toque decorativo preferido por los automovilistas españoles. No faltan toros de Osborne ni corazones, aunque ya no se ven (afortunadamente, habrá que pensar) patas de conejo (que las hubo). También han decaído las chaquetillas de torero, las folclóricas, las castañuelas, los cencerros, los trabucos en miniatura y las navajitas de Albacete. Aun se ven parejas de dados y calaveras y las muy útiles linternas que cuando hacen falta nunca nos acordamos de que las tenemos delante de las narices. Los zapatos de bebé y, sobre todo, las ligas de novia dan, desde luego, más que hablar que los anodinos snoopies, pero no son tan chic como las raquetas de pádel, la pelota de golf o la tabla de surf. Los arcoíris, los sombreros mexicanos, los camarones (de la Isla), el dibujito del niño, los lacitos azul o rosa, una bota de monte… El último grito (y lo de último es literal) una pequeña urna con cenizas. Los accesorios no tienen fin, pero no hay que fiarse: siempre te dejan colgado.