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Un lugar al sol o a la sombra

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El ideal de todos los Gobiernos es que los manifestantes se congreguen en el extrarradio, donde las ciudades pierden su nombre y los policías pierden el culo persiguiendo a los que enarbolan las pancartas. Desde eso que llamamos «el poder», sea el que sea, se aspira siempre a que quienes se oponen a él practiquen la virtud de la discreción, palabra que en el Siglo de Oro era sinónima a la inteligencia. Está bien que haya gente que se manifieste, no faltaría más, y permitir que lo haga demuestra que vivimos en un Estado democrático, pero quienes mantienen el paripé prefieren que lo hagan de noche y a ser posible en un descampado. No comparten la misma opinión los que vuelven a ocupar la Puerta del Sol, a cualquier hora del día. Los ‘indignados’ no van a parar hasta que cesen, o al menos se atenúen, los motivos de su indignación. Por eso Rubalcaba, con su sagacidad cuestionable, propone que se les ofrezca a todos «un lugar estable». Sin duda para que se desahoguen los que tienen el agua al cuello.

Hay quienes piensan que para protestar por el desbordado curso de los acontecimientos no es necesario acudir a un lugar tan céntrico y quieren que se indignen, pero lejos. Se trata de buscarles un sitio y, por lo tanto, es un problema de acomodadores.

El movimiento 15M, aún no valorado su alcance, fue en un principio tenido como una de esas verbenas que divierten, aunque perturben la vida de los que Galbraith llama los ‘instalados’, pero les ha dado la manía de acudir siempre al mismo sitio. El cabreo sordo cada vez se va haciendo más ruidoso y además ha cogido una clara querencia.

El problema, que personalmente me parece más grave que cualquier otro, incluso al del asedio de los mercados, es que hay más disgustados que policías. Se equivocan quienes desdeñen esa masiva y terca concentración porque su Espartaco sea invisible. Los estudiantes sólo suelen hacer algaradas, pero hay personas sin rostro que se arriesgan a que les partan la cara.