Una amenaza biológica que nadie ha tomado en serio

El daño del avance imparable del alga asiática alcanza al turismo pero también a la pesca y a los ecosistemas de la zona por lo que es muy urgente actuar

La Voz de Cádiz

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Habrá que acostumbrarse porque amenaza con volverse un mal crónico, endémico. Los pescadores y los amantes de las playas llevan años avisando. Su alarma ha sido progresiva. Nadie, y menos aún el Gobierno, les ha hecho caso suficiente. El resultado de la inacción sostenida es que el manto de alga asiática en algunas orillas, en las redes y en demasiados fondos marinos de la provincia se ha vuelto una de las imágenes del inicio del verano en Cádiz. Las acumulaciones invaden las playas de Barbate (Los Caños de Meca) o de otras cercanas a Tarifa, impidiendo a los bañistas disfrutar al cien por cien de algunos de los mejores destinos de la provincia. Sin embargo, estas concentraciones representan sólo la punta del iceberg en un problema que va más allá de las consecuencias turísticas.

Los fondos marinos del Estrecho de Gibraltar se han convertido en una densa y uniforme capa de rugulopterix okamurae, su nombre técnico. Los cienfíticos, con el apoyo de submarinistas, han confirmado que algunas áreas están cubiertas completamente, al cien por cien, en profundidades superiores a los 40 metros. Así lo decretaba en su día, entre otras instituciones, el Departamento de Biología Marina de la Universidad de Cádiz. Pero el daño turístico no es el único a nivel económico. El sector de la pesca –acuciado por la hiperinflación de los combustibles entre otros obstáculos– se ahoga hasta el punto de llegar a pedir la declaración de zona catastrófica y emergencia ambiental. Por si fuera poco daño, los biólogos hablan de «tragedia» cuando analizan el impacto de la invasión del alga en varias decenas de especies, ahora en riesgo de quedar erradicadas de las costas gaditanas.

La expansión de esta especie llegada de las aguas de Japón fue detectada por primera vez en 2016. Sin que existan causas claras aún, se ha reproducido a un ritmo vertiginoso. Nadie sabe cómo puede evolucionar su reproducción en los próximos años, ni cuánto daño puede hacer al ecosistema, a la pesca, al turismo. Lo único que sabemos ya es que hay que tomarse la amenaza muy en serio, encender todas las alarmas y, sobre todo, actuar.

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