Las víctimas (arriba), el asesino en serie sobre estas líneas, a la izq., y colas en el juicio, a la dcha.
Las víctimas (arriba), el asesino en serie sobre estas líneas, a la izq., y colas en el juicio, a la dcha. - ABC
CRÓNICA NEGRA

El Jarabo, el vividor que se convirtió en uno de los últimos ajusticiados por el garrote vil en España

Cometió cuatro crímenes, tres de ellos en apenas media hora, incluido el de una embarazada

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De alta alcurnia, estudió en los mejores colegios de la época, entre ellos El Pilar, en pleno barrio de Salamanca. Se llamaba José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris, conocido como Jarabo. Nació en Madrid en 1923. Tenía 33 años cuando cometió cuatro asesinatos los calurosos días 19 y 21 de julio de 1958. Fue uno de los últimos ajusticiados con garrote vil de España cuatro años después.

Su historia es la de un niño rico sin oficio ni beneficio que dejó los estudios tras mudarse su familia a Puerto Rico en 1940 cuando tenía 17 años. Vividor, calavera, aficionado al alcohol y a las mujeres, atractivo y seductor, este dandy acabó convirtiéndose en uno de los asesinos más crueles y despiadados de la crónica negra madrileña.

Sus restos mortales yacen en el cementerio de La Almudena.

Una carta de amor y el anillo de brillantes empeñado por una de sus amantes, ante la falta de dinero por el elevado tren de vida que llevaba, ya que no tenía bastante con las casi 8.000 pesetas de la época que le daba su madre al mes, a costa del tren de vida que llevaba, le llevó a cometer cuatro crímenes, tres de ellos en apenas media hora, incluido el de una embarazada.

A los 20 años se casó con una rica heredera de la que se divorció poco después. Después, viajó a Nueva York, donde pasó cuatro años en la cárcel condenado por pornografía y tráfico de drogas. A su regreso a Madrid, en 1950, dilapidó en dos años los 15 millones de pesetas que le dio su familia para instalarse, gastando a troche y moche en alcohol, que desataba su agresividad, y cocaína, por lo que siguió viviendo al amparo del «sueldo» que le enviaba su progenitora.

En 1957 conoció a su amante Beryl Martin Jones de nacionalidad inglesa, a la que Jarabo engatusó como a tantas otras con su labia, sus modales de caballero y sus dotes de seductor. Los hoteles de lujo, las cenas, los regalos costosos que le hizo acabaron por menguar su ya exigua fortuna.

Fue entonces cuando le pidió a Beryl un anillo de brillantes valorado en unas 50.000 pesetas. Ella lo empeñó y cuando enfermó, regresó con su marido para replantarse qué hacer con su matrimonio. Mientras, Jarabo alejado del lujo y la ostentación a la que estaba acostumbrado, acabó hospedándose en pensiones de mala muerte.

Una joya y una carta comprometedora

Un tiempo después, en 1958, su amante le pidió la joya, con la excusa de que era un regalo de su pareja, y le envió un autorización para reclamarla en un conocido comercio cuya legalidad siempre estuvo en entredicho. A él acudían quienes no podían obtener dinero por la vía legal: en el Monte de Piedad. Los prestamistas no se la devolvieron: le exigían una autorización de su propietaria.

Las misivas de ella se sucedían sin resultado, hasta que en la última, junto al aval, incluyó una comprometedora carta de amor con confesiones íntimas. Por si eso fuera poco, a Jarabo su familia le comunicó que iba a regresar a Madrid, con lo que su modo de vida quedaría al descubierto.

Desesperado, el viernes 19 acudió a los prestamistas que le exigían 4.000 pesetas por la alhaja. Como no las tenía les dejó la carta en prenda. Esa cantidad fue aumentada una y otra vez por los usureros a los que siempre que llegaba con la cifra requerida les parecía poco.

Despiadado y cruel, se corrió una última juerga

Consciente del error que había cometido, urdió su atroz plan: se dirigió a la vivienda de uno de los dueños del negocio: Emilio Fernández Díez. Jarabo sospechaba que ahí estaban los dos objetos que quería recuperar. Sin embargo, engañó a los encargados del negocio y en lugar de acudir al establecimiento, como les dijo, pretendía recuperarlos por la fuerza.

Por ello, fue al domicilio de Emilio y ahí fue asesinando uno por uno a todos sus moradores en apenas 30 minutos. Al dueño, de un tiro por la espalda, a la sirvienta, Paulina Ramos, de un cuchillada en el corazón que le partió en dos el corazón, y, en tercer lugar, a Amparo Alonso, la mujer de Emilio, de un certero disparo en la nuca. Estaba embarazada.

Cambió el escenario del crimen simulando que había habido una fiesta y se quedó toda la noche con los tres muertos Obsesionado con la vestimenta, acudió al juicio cada día con un traje distinto

A continuación cambió el escenario del crimen para simular una fiesta recogió los casquillos de las balas, eliminó las posibles huellas delatoras, robó dinero y joyas y las llaves del comercio. Pasó la noche en el piso con los tres cadáveres de donde salió a primera hora de la mañana del domingo en el que se corrió la última juerga y el lunes se dirigió al comercio.

Entró y esperó al otro socio, Félix López Robledo. Estaba buscando la joya cuando éste llegó y al verle le descerrajó dos tiros en la nuca sin mediar palabra. No encontro la llave de la caja fuerte en donde creía que estaba lo que buscaba, por lo que arrampló con todo lo que pudo. Un traje suyo que había empeñado previamente, dinero del muerto, varios objetos de oro y un maletín. En él guardó sus ropas, manchadas de sangre. que llevó a una tintorería. Este hecho le delataría, al igual que las huellas que dejó en los dos inmubles y la llamada que realizó a Ángeles Mayoral, con la Félix mantenía relaciones para cerciorarse de que nada sabía.

Fue detenido al ir a recoger su traje, hecho a medida, a la tintorería, situada en la calle de Orense. En lugar de deshacerse de él, pensó que podría empeñarlo. Su juicio fue uno de los más mediáticos de la época al que acudió cada día con un traje.

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