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Un triunfo duro y trabajado

La victoria de Obama es la confirmación de que el tan citado, traído y llevado centro político y su traducción en la tan citada ‘clase media’, ha seguido siendo capital para darle el triunfo

07.11.12 - 22:55 -
Un triunfo duro y trabajado
Celebración de la victoria demócrata. / Afp
El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, ganó la elección y ocupará la Casa Blanca hasta enero de 2017. Su éxito, sin embargo, no implica necesariamente más voto popular directo, pero sí el de los ‘grandes electores’, la instancia designada por los electores de cada Estado, algo que ha sucedido otras veces.
Su victoria en 2008 fue, sin discusión, la de la venturosa alteración cualitativa de la sociedad, que dio por vez primera el poder a un ciudadano estadounidense de raza negra. La de hoy tal vez, en un escenario ya normalizado en el registro racial, es la confirmación de que el tan citado, traído y llevado centro político y su traducción en la tan citada ‘clase media’, ha seguido siendo capital para darle el triunfo.
El partido republicano lo sabía de sobra y, sin rubor alguno y haciendo lo que le convenía, asumió al ‘primer’ Romney, el que debió cortejar al Tea Party y la derecha evangélica para ganar las primarias y llegar indemne a la Convención de Tampa en agosto para ver como luego se acomodaba, lenta y muy eficazmente, a una condición más moderada, realista y cercana sin la que el éxito es imposible.
El candidato Romney
Mitt Romney se convirtió en candidato tal vez en ausencia de un genuino e indiscutible aspirante republicano, que nunca fue claro o estuvo disponible. Descrito habitualmente como un candidato mal conocido, poco carismático y producto de una mezcla de la necesidad (no había nada mejor a la vista) y de la voluntad (preparó secretamente su estrategia desde 2010 con sus grandes medios económicos personales) terminó por ser un buen aspirante y, contra pronóstico, hacia mediados de octubre fue por un par de semanas claro vencedor en las encuestas.
El cambio no fue un milagro, sino el resultado de la calculada y milimétricamente ejecutada campaña para convertirle en un centrista. Él decía serlo, pero su partido había combatido arduamente el programa legislativo de Obama tanto en lo económico (recurso a una política expansiva tras la recuperación bancaria del primer año con un incremento fuerte del déficit fiscal y la deuda nacional), lo social (la reforma sanitaria) y lo confesional (derechos de los homosexuales, aborto…).
El éxito sorprendió: con algunos detalles y ciertas rectificaciones, como desautorizar declaraciones belicistas sobre cuestiones exteriores, Irán en cabeza, o separarse de la declaración de su correligionario Richard Mourdock sobre violación y aborto, Romney consiguió acreditarse como un hombre prudente y realista, cerca de la condición que el partido republicano busca afanosamente siempre… como si no pudiese desprenderse del positivo retrato del recordado presidente Eisenhower.
Hacia el sprint final
En este recorrido, Romney también siguió la pauta tenida por un dogma de fe según el cual es siempre la economía la que decide la elección a fin de cuentas. Dejó parte del trabajo a su candidato a la vicepresidencia, el diputado Paul Ryan, una autoridad en asuntos presupuestarios y el más autorizado crítico de la situación a que ha llegado el Tesoro, producida por el alegado derroche del gobierno federal y teórico implacable de la necesidad de cortarlo por lo sano.
En cierto modo contra pronóstico, este mensaje pasó mejor los filtros de la opinión, mejor en cualquier caso que la torpeza inicial de Romney (corregida con una excusa rápida) sobre los varios millones de ciudadanos poco amigos de trabajar y que prefieren vivir de los generosos subsidios del gobierno sin aportar nada. Los demócratas vieron el peligro y contraatacaron, aparentemente con éxito, con su vuelta al incansable ritornelo del Romney millonario sin escrúpulos que paga menos impuestos que su secretaria. Ese dato, técnicamente exacto, fue un fantástico hallazgo de los estrategas demócratas.
Con todo, hace dos semanas las empresas de sondeos debieron reconocer que era imposible anunciar un vencedor porque hasta diez estados eran ‘ toss up’ (tan impredecibles como el resultado de lanzar una moneda al aire). Romney había conseguido un sólido empate y la situación parecía destinada a resolverse en un sprint final… pero en esto llegó el huracán ‘Sandy’, que retrotrajo al 2005 de Bush y su mala gestión del ‘Katrina’ en Florida.
El ‘aspirante-comandante en jefe’
Era un acto no previsto en la función y el presidente la percibió como una oportunidad de oro para ponerse el casco de comandante en jefe, interrumpir la campaña y volcarse en el alivio de la crisis y en dotarse de una imagen de solvente autoridad, una especie de gran jefe de bomberos y consolador nacional a gran escala. Se diría que lo consiguió. Romney, que no podía tener un papel semejante, recorrió las áreas afectadas y pidió a sus simpatizantes que desviaran sus aportaciones económicas a la ayuda a los afectados.
Esto sucedió la semana pasada, en sus cuatro primeros días en particular y el viernes dos de noviembre se publicaron las cifras del desempleo: 160.000 americanos habían encontrado un trabajo, aunque el porcentaje de desempleados subía un punto, sin contradicción real porque los parados, alentados por la recuperación en marcha, se registraban como “buscadores de empleo”, que es como se llaman oficialmente allí.
Así, el 'jefe' Obama ejerció como tal en el huracán y pudo presentar una gestión económica algo más que prometedora, y el público se lo retribuyó con una victoria incluso en varios de esos famosos estados impredecibles. Obama merece tal vez la reelección, se la ha ganado trabajando duro en la campaña contra un candidato que se consolidó, resultó finalmente creíble y le puso en serios apuros.
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