Mitt Romney. / Scott Olson (Afp)
El sueño del partido republicano de los Estados Unidos es volver a un escenario en el que sea posible reencontrar al republicano clásico, conservador moderado, centrista y representante de la nunca bien ponderada clase media o sea, al general Eisenhower redivivo. Pero tal cosa no es posible: debe estar en alguna parte, pero el escenario político y el ambiente social no permiten su aparición y deben conformarse con lo que hay: Mitt Romney.
Su equipo de campaña le ha hecho un gran trabajo y él es un candidato fuerte, pero no ha podido hacer de él alguien completamente creíble, mensurable, reconocible en el acto como uno de los nuestros y a día de hoy su esfuerzo sufre de la incompatibilidad aparente entre la primitiva imagen de centro-derecha con que él terminó ganando holgadamente las primarias y lo que su programa y su vicepresidente potencial dicen y su imagen borrosa no aclara del todo.
Los medios investigaron su vida, sus discursos, su gestión -buena gestión- como gobernador de Massasuchetts entre 2003 y 2007, y han escrito cientos de notas sobre su vida familiar y profesional como empresario (en realidad, inversor, que no es lo mismo), su calculada estrategia, que le llevó a la convicción de que tras perder la candidatura frente a McCain en 2008 debería reintentarlo ahora y, desde luego, su condición de mormón, incluyendo su periodo en Europa como misionero de la 'Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días'.
Sin protestantes
En el país de todas las religiones, incluidas las más excéntricas, los mormones no son, sin embargo, una más y las encuestas siguen encontrando que hay un buen ocho por ciento de norteamericanos que dicen que nunca votarán a un mormón para la presidencia.
Este hecho más la condición de católico de su vicepresidente, el diputado Paul Ryan, crea una novedad sin precedentes: no hay protestantes en el ticktet republicano. Nada de esto parece grave si nos atenemos al criterio bienpensante de que en los Estados Unidos la sociedad no segrega por razones étnicas o confesionales… pero hay ya cientos de cargos públicos, incluidos senadores, diputados y gobernadores hispanos (un 17 por ciento del total de la población) y el cuatro por ciento de musulmanes solo ha producido un caso, el diputado demócrata por Minnesota Keith Ellison.
Ser mormón no ayuda y ciertos líderes baptistas estiman que Romney "tiene principios éticos, pero no es un cristiano". La esposa del candidato, Anne, madre de cinco hijos y que ha acompañado al marido durante la campaña, se creyó obligada a decir en un gran programa de TV que la llegada de un mormón a la Casa Blanca sería una prueba de tolerancia y normalidad, del mismo modo que tiene por "fantástico que tengamos ahora el primer presidente afroamericano".
El misterio Romney
Los demócratas creen todavía que su gran baza frente a la candidatura Romney es… el propio Mitt Romney y la decisión del candidato republicano (pues de él fue, desde luego, la última palabra) de designar al diputado Paul Ryan como su vicepresidente potencial pareció en su día una buena decisión que ha dado coherencia al mensaje y perfilado el programa económico.
La reacción social medida en encuestas pareció probarlo: apenas se advirtió rechazo y mejoró instantáneamente en un par de puntos la percepción del público tras la elección de este halcón fiscal adalid de la tesis de terminar con el derroche en curso. Pero sus prestaciones posteriores no añadieron a la campaña el calor y la cercanía que le faltan.
Hace cuatro años John McCain, un senador veterano, tenía un perfil neto, sus opiniones y su vida -fue un valeroso militar en Vietnam- eran conocidas… no como la de Romney, quien nunca ha trabajado en el Capitolio y todavía da un perfil un poco oblicuo con años de irrelevante oscuridad. Tal es el problema del candidato desde el principio: frente al calor que transmite Obama él no termina de "caer bien"… y persiste, si vale decirlo así, un cierto enigma Romney.
