Una mujer celebra el triunfo de Obama. / Afp
Después de una recta final de infarto, Barack Obama ha conseguido una victoria más abultada de lo previsto, que ha incluido hasta el premio gordo de Florida. Con ello se asegura un nuevo mandato de cuatro años, en el que llevar a cabo su programa reformista, centrado en fortalecer la clase media y crear más igualdad de oportunidades.
Con una economía que crece débilmente y un desempleo elevado para estándares norteamericanos (un poco menos del 8%), el presidente reelegido deberá multiplicar sus esfuerzos para dejar atrás claramente el fantasma de la recesión. Al mismo tiempo, deberá hacer frente a múltiples frentes en el exterior, desde Siria a China, pasando por Irán o la crisis del euro.
Su reto principal, sin embargo, es reducir la polarización de la sociedad. Estados Unidos es hoy un país profundamente dividido en dos mitades, bien representadas en el mapa electoral que muestra los llamados estados azules (demócratas) y rojos (republicanos). El contraste entre ambos mundos es muy intenso y cada uno culpa al otro de todos los males del universo. La gran mayoría de los partidarios de Romney, habitantes de la América profunda, están muy disgustados con el segundo mandato de Obama, al que consideran la reencarnación de lo peor de la izquierda demócrata (altos impuestos, gasto descontrolado, intervencionismo y una agenda social extremista). Por su parte, los votantes de Obama, más urbanitas, sienten un profundo rechazo por la idea de un Estado mínimo, menos impuestos para los ricos y aumento del gasto en defensa que proponía la plataforma de Romney. Temen además la influencia negativa de los legisladores republicanos, que en estas elecciones han mantenido el control de la cámara baja, desde donde, previsiblemente, volverán a boicotear cuanta iniciativa salga de la Casa Blanca.
El presidente Obama solo pasará a la historia como un gran político si es capaz de unir al país. Tiene una gran capacidad de hacer grandes discursos presididos por este gran objetivo nacional. Pero la clave será si desarrolla la suficiente fortaleza de carácter para negociar con determinación, imaginación e inteligencia todos los acuerdos que sean posibles con el otro bando, atrincherado en la Cámara de representantes. Los medios de comunicación norteamericanos ayudan muy poco, porque ha perdido objetividad e independencia y repiten con superficialidad los slogans de uno u otro partido. La influencia del dinero en la política, sin restricción alguna, también corrompe el ideal democrático de la competencia abierta por el poder. Obama comenzará en enero un segundo mandato presidido por el desafío mayúsculo de lograr acomodos y consensos que reduzcan la brecha entre republicanos y demócratas.
