Antony, anoche, durante su actuación en el Fòrum
Antony, anoche, durante su actuación en el Fòrum - efe
primavera sound 2015

Antony & The Johnsons embrujan la noche del Primavera Sound

El cantante impuso la calma con un concierto soberbio y The Replacements inyectaron nervio histórico a la primera jornada del festival

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Lo del miércoles fue una broma. Una pachanga. Un tímido mirar de reojo el chaparrón musical que se avecinaba bailando con disimulo el «Enola Gay» de OMD y tomándole las medidas a un recinto del Fòrum que, ayer sí, empezó a bombear gente y grupos para enmarcar el arranque de la XV edición del Primavera Sound. Quince años de historia que anoche bien podían resumirse echando mano del viejo lema de los Pixies. «Loud, Quiet, Loud». Esto es: la calma y la tormenta, batiéndose el cobre escenario a escenario en otra noche para atesorar.

Porque llegó el Primavera, sí, pero con Antony & The Johnsons llegó también la calma. Una calma embrujada y acunada por las cuerdas de la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña sobre la que el cantante británico afincado en Nueva York apuntaló su condición de divo tembloroso y maestro del ensalmo intimista.

Quizá no sea la suya una propuesta pensada para someter a grandes audiencias ni conquistar inmensas planicies repletas de gente, pero le bastó con aparecer sobre el escenario con su perenne aspecto de animal herido y una túnica blanca, su traje de faena como predicador del desconsuelo, convertida en lienzo para las proyecciones, para adueñarse del Fòrum. O, mejor dicho, de ese rincón del Fòrum en el que, a la misma hora, no reinaban las nebulosas de Spiritualized o el pop deslumbrante de Mikal Cronin, nombres que vienen a confirmar que el Primavera Sound es, en realidad, un festival de festivales. El de Antony, con su soul hecho de desgarros y jirones y sus inquietantes proyecciones, solo era uno entre muchos.

Siempre habrá quien se tome este tipo de eventos como una suerte de sanfermines pop y quien considere que el mejor momento para contarle la vida al vecino de al lado es justo cuando los violines mantienen una nota en suspense, pero, aún así, el autor de «I Am a Bird Now» acabó imponiendo su retablo de canciones con el rímel corrido y las emociones a flor de piel rehaciendo el «Blind» de Hercules & The Love Affair, deslizándose con pasmosa elegancia a través de piezas como «Epilepsy Is Dancing» y bordando salmos balsámicos como «You Are My Sister» o «I Fell In Love With a Dead Boy».

Con «Hope There's Someone», himno hipersensible por excelencia, ocurrió lo impensable y, de pronto, todo el público enmudeció. Un milagro que, sin duda hubiese lucido mucho más en el Auditori, pero que, pese a todo, fue una inyección de solemnidad y grandeza para embrujar la primera noche del festival.

The Black Keys, a medio gas

Si Antony fue la calma, The Black Keys dinamitaron el poso de sutileza que aún flotaba en el ambiente con su blues convenientemente maquillado y adaptado a las grandes superficies. A ratos tormenta y a ratos ventisca, los de Akron tratan de actualizar la tradición y consiguen sonar pantanosos y monolíticos, sí, pero también algo planos, como si se les acabase el fuelle a las primeras de cambio.

Será que, después de suspender parte de la gira por una lesión del batería Patrick Carney, su primera actuación en varios meses les pilló algo oxidados. O, sencillamente, que entre sus hits y sus canciones regulares hay demasiada distancia. Y abundan más las segundas que las primeras, por más que «Lonely Boy» acabse poniendo a prueba los pulmones de los miles de personas que de agolpaban ante el escenario.

A ese aquelarre de blues se quiso sumar también el fogoso Benjamin Booker, y por más que lo suyo sea mucho más sucio y correoso, el escenario grande acabó resultando inmenso para un trío que funcionó a ratos y, eso sí, desató la euforia con solo un violín y una mandolina y cuando descorchó la rotunda «Violent Shiver». Por lo menos anoche no le tocó encararse con ningún vigilante de seguridad, como sí le ocurrió el miércoles en la sala Barts.

La historia según The Replacements

Antes de eso, The Replacements ya habían hecho trizas cualquier prevención -ya saben, los regresos a destiempo y todo eso- con una memorable lección de rock palpitante y enérgico, un magistral ejercicio de tensión histórica y memoria rejuvenecida.

Como si no hubiesen dejado de tocar y acabasen de asaltar la licorería más cercana, Paul Westerberg y los suyos se dieron un fabuloso paseo por su historia con un repertorio de lujo: de «Takin' a Ride» a «Color Me Impressed» pasando por «I Will Dare», «Can't Hardly Wait», «Kiss Me On The Bus», «Bastards Of Young» o sus despendoladas versiones de «I Want You Back» de los Jackson 5 y «My Boy Lollipop» de Millie Small, los estadounidenses tallaron en granito del bueno un imponente monumento al mejor rock americano. Para cuando llegó «Alex Chilton» en forma de misil tierra-aire, incluso el malogrado líder de Big Star debía andar, donde quiera que esté, cantando a viva voz aquello de «children by the million sing for Alex Chilton». Al final, eso sí, se dejaron en el tintero «Unsatisfied» y el público se quedó un tanto ídem.

De madrugada, y cuando la oferta empezaba a escorarse hacia terrenos electrónicos, Chet Faker, a solas con su teclado, empezó a cambiar el rumbo y preparar el terreno para esa ginacana de graves, bombos retumbando en el esternón y soul engordado con asteroides sintéticos de James Blake. El zumbido era de impresión, aunque nada comparable a las andanadas tóxicas de Sunn O))), que se plantaron en el escenario como si fueran a oficiar una misa negra y acabaron entreteniéndose taladrando tímpanos y poniendo a prueba los límites de la agresión sonora. He aquí, pues, un viaje del cielo de Antony al infierno de Sunn O))) sin necesidad de salir del Fòrum.

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