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No nos gusta el dinero

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Ocurrió en una de esas fiestas de Erasmus en las que, por azar y por invitaciones inconfesables, fui invitado. Había de todo en ella. La mexicana borrachuza, el inglés 'hooligan', la francesa que no hablaba con nadie pero a todos sonreía y el polaco dicharachero con su copa de kalimocho gran reserva. Ahí las conversaciones eran como los tumores, que uno nos los elige sino que se los encuentra de sopetón y son difíciles de extirpar; en lugar de la mexicana o la francesa me encontré hablando con el sumiller polaco. Su conversación iba variando de la poética («yo, esa chica, amo») a la filosofía («yo en playa siempre feliz»), pero se indignó cuando habló de la economía. Se puso grave, dejó el vaso y me miró a los ojos. «Amigo (dejemos de simular su acento), creo que en Cádiz sois pobres porque no os gusta el dinero». Me lo tomé como parte de su embriaguez, «claro, a nosotros solo nos gustan los toros». «No amigo. No os gusta el dinero, no os importa trabajar pero no queréis ser ricos. Hace poco fui a comprar a un supermercado, la cola era impresionante, había cuatro cajas pero solo una abierta, pero había varios empleados sin hacer nada. ¡Y estaban viendo que los clientes entraban y se iban para no esperar! Así no os va a ir bien. No os gusta el dinero». Lo último me lo dijo agarrándome fuerte del brazo, lo que hizo que el 'hooligan' británico, de casi dos metros, me hiciera un rescate que tuve que capitalizar invitándole a un ron con limón.

Dejé la anécdota aparcada en mi subconsciente, junto al perro que me mordió y a cuando se rieron de mí en el colegio porque el día de carnaval se me olvidó disfrazarme. Pero el pasado martes, en La Palma, volvió a emerger. Sobre las 2.30 h., con la calle llena de gente, con los tablaos recién terminados y las ilegales pululando, me fui acercando a los bares de la zona. Todos abiertos. «Un pinchito», «no, hemos cerrado la cocina». «Pues un bocadillo o algo», «no, lo siento, solo de beber». Una situación ridícula porque seguían abiertos. Como otros muchos que iban cayendo a cuentagotas, quería gastarme el dinero, pero no me dejaron. Tenía razón mi amigo polaco. «No os gusta el dinero». Era un sabio. Por eso terminó quitándome a la francesa.