Bradley Wiggins posa subido a los hombros de sus compañeros de equipo. :: P. PAVANI / AFP
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Wiggins cambia el idioma del Tour

El primer ganador británico critica en voz alta a los que recurren a atajos y dice que empieza una nueva era

PARÍS. Actualizado: Guardar
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En el ciclismo vencer es un problema. Cuando este deporte mira atrás, hacia el camino recorrido en pasadas ediciones del Tour, no ve más que velas apagadas por el dopaje: la confesión de Riis, la muerte de Pantani, las sanciones a Ullrich, Landis o Contador, el procesamiento de Armstrong... Bradley Wiggins, que ayer en París celebró el primer Tour de un británico, jura que su vela seguirá dando luz, que iluminará el camino a seguir. ¿Hay que creerle? Hasta ahora todo lo que ha dicho se tiene en pie. Cuando llegó al Tour, en 2006, criticó la presencia allí de los implicados en la 'operación Puerto'. Cuando Moreni, uno de sus compañeros en el Cofidis, dio positivo en 2007, se quitó el maillot, lo tiró la basura y cambió de escuadra. Por vergüenza. Cuando Contador acudió al Giro 2011 sin que su caso se hubiera cerrado, Wiggins le apuntó con el dedo. Como a Landis y a todos los afectados por escándalos farmacológicos.

Wiggins promete, con la mano en el pecho, que representa otro ciclismo, «más humano». Si es así, ha valido la pena esperar un siglo para escuchar en París el 'God Save the Queen', el himno británico. Dios salve al ciclismo. Wiggins no cae bien. Es raro, un punto prepotente, distante. Y habla del mal, de la trampa. Le irrita que la prensa dude de él, que comparen el dominio de su equipo, el ultratecnológico Sky, con el US Postal de Armstrong, ahora puesto en cuestión por al Agencia Estadounidense Antidopaje.

En una carta al diario The Guardian, Wiggins lo dejó claro: «Si me dopara lo perdería todo. Mi reputación, mi estilo de vida, mi matrimonio, mi familia y mi casa. Tendría que llevar a mis hijos a la puerta del colegio y todo el mundo me miraría sabiendo que he hecho trampa. Mi familia lleva 50 años en el ciclismo y yo les cubriría de tristeza y vergüenza. Doparse no merece la pena. Ni ganar el Tour a cualquier precio. Si tuviera que tomar drogas, pararía mañana mismo y me dedicaría a hacer carreras con los amigos».

Si con el paso del tiempo Wiggins no tropieza con estas declaraciones, su triunfo de ayer será recordado como el inicio de otra era. Y no sólo por la lucha antidopaje. También por el cambio de idioma. Wiggins, el ganador, es británico, como Froome, el segundo. Los dos del Sky, el equipo hecho en el laboratorio del velódromo. Nada que ver con los métodos del ciclismo tradicional. Ciencia sobre ruedas. Su dominio ha sido total.

De hecho, han sido los dos únicos dorsales con capacidad para ganar el Tour. Froome, obligado por contrato a ser fiel, es mejor escalador y, aunque le costó tragar bilis, tuvo que frenar su ambición. En una edición con más de 100 kilómetros de contrarreloj, Wiggins tenía ventaja. La aprovechó. Entre él y Froome dejaron claro en el primer final en alto (séptima etapa, en la Plaches des Belles Filles) que volaban sobre el resto. En el Sky dicen que el ayer vencedor de esta edición tiene, pese a sus 32 años, margen de mejora. Y que Froome luchará por la victoria en el futuro. No será fácil retenerlos juntos. Froome nunca más será un gregario. Ya perdió la Vuelta 2011 y quizá este Tour por serlo.

Por encima del resto

No han tenido rivales. El tercer inquilino del podio habla italiano, Nibali. Valiente, pero sin tanto motor. Como el cuarto, el belga Vandenbroeck. En cambio, el quinto, el joven (23 años) estadounidense Van Garderen, ya ruge. Dobló en la contrarreloj final a su líder, a Evans, y se ha quedado con el maillot blanco, el color de las promesas. Zubeldia, sexto y menospreciado por sus compañeros del RadioShack, desveló ayer que en primavera sufrió una enfermedad cardiaca que a punto estuvo de bajarle de la bicicleta. Eso aún da más mérito a su plaza de honor. Zubeldia es un ejemplo. Justo detrás se han clasificado Evans, que parece en declive, y la nueva remesa de esperanzas francesas, dos escaladores: Rolland y, sobre todo, Pinot, el benjamín del Tour.

Aunque para brillo el del eslovaco Peter Sagan. Tres etapas y el maillot verde. Presencia constante. Desparpajo. Carácter y ambición. Es el campeón que viene. También han tenido su hueco el certero Luis León Sánchez (una etapa y gran crono final); el joven Gorka Izaguirre, que ha compartido fugas con Sagan, Gilbert y Voeckler o el regreso de Valverde, acribillado a caídas y vencedor en Peyragudes. En ausencia de Andy Schleck y Contador, que ya se prepara para su duelo con Froome en la próxima Vuelta, el Tour ha sido un paseo escaso de emoción para el Sky de Wiggins. Un desfile azul que ayer concluyó en París con la victoria al sprint de otro de los suyos, Cavendish. Su cuarto triunfo -récord- en París; su tercera etapa en esta edición. Ya lleva 23, una más que Armstrong. Wiggins, de amarillo, le catapultó en el tramo final de los Campos Elíseos.