opinión

Álvarez Cascos

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Que piensa volver. O sea, al activo de la política. Y como cabeza por Asturias. ¡La leche! Confieso que me produce un cierto desasosiego, cosa de puras vibraciones, supongo, aunque también pudiera deberse al recuerdo de su presencia, con Loden verde y en compañía de otros fanáticos extremistas por la Universidad de Oviedo. O quizás a su imagen de pescador tranquilo y en familia mientras la Costa de Galicia se envenenaba con una oleada de chapapote y él era ministro responsable. O puede que se deba al gesto cejijunto en contradicción con la sonrisa cortada a tajo de puñal. Es probable que me cause mala espina por esa amistad profunda con Bárcenas y ese padrinazgo dentro del PP para evitar que se tomaran medidas contra el senador de oscuras finanzas e inconfesables negocios financieros. No sé. Cosa de piel, imagino.

Y les juro, no se trata de animadversión por falta de estética, por esa pose suya de señorito gijonés adicto a la moda de los setenta en el vestir y el calzar. No, se trata más bien de una duda, más que razonable, sobre sus motivos para el regreso. Algunos aseguran, a su espalda, claro, que se mueve en la política como un elefante en una cristalería. Es posible, pero mucho me temo que tal modo de manejarse dé excelentes resultados, como demuestra doña Esperanza Aguirre, la aguerrida marquesa que no se muerde la lengua, ni las intenciones, que se destapa a calcetín puesto, justo por donde le sale del sobaco. Sí, Cascos parece de la misma escuela, eso sí, sin título nobiliario.

Tal vez, supongo, el sobresalto ante su anunciado regreso se debe a ese aire de salvapatrias, esa forma entre displicente y engominado sin gomina con que parece mirar al resto de los mortales, un gesto propio de provinciano ‘con cuartos y contactos’. Es posible que me turbe su apariencia de funcionario del mando que hace méritos fuera de la provincia para regresar a ella a lomos de sus méritos, como regresaban los indianos a lomos de sus duros.

Yo que lo imaginaba felizmente retirado en el mundo del arte y las galerías importantes. Pero no; una de dos: o no lo admitieron, o se hartó de bostezar a escondidas. ¡Y regresa! Dispuesto a salvarnos a todos con sus artes de pesca, con sus modales falsamente torpes, dibujando los defectos del jefe porque el suyo, su jefe, sigue siendo otro y Cascos es fiel a sus principios, esos que se resumen en dos, como los mandamientos: es bueno lo que me beneficia y malo cuanto se coloque como un garbanzo en mis zapatos. Por cierto, señor Cascos, cuide sus calcetines. Aseguraba mi abuela que, al final, se descubre la falta de clase en el mal uso y combinación de los humildes calcetines. Recuerde que sólo las marquesas se pueden permitir ciertas extravagancias en el vestuario.