. David Carradine, en 'Kung Fu. La película', rodada en 1986. / AP
Sociedad

La última llave de Kung Fu

David Carradine, icono del cine de artes marciales, aparece muerto en un hotel de Bangkok a los 72 años

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

No por sórdido deja de ser un final cinematográfico, como salido de un thriller ambientado en ese exótico Oriente al que quedó para siempre asociado. David Carradine, eterno Kung Fu, fue encontrado ayer muerto en la habitación de su hotel en Bangkok. Según la cadena ABC, que cita fuentes de la embajada de Estados Unidos en Tailandia, la camarera le halló ahorcado con un cordón de cortina en el interior de un armario. Su representante insiste sin embargo que ha fallecido de causas naturales. Tenía 72 años y rodaba una película más a sumar a una filmografía que supera de largo el centenar de títulos; sólo en 2009, su nombre aparece en los créditos de una docena de largometrajes.

Pese a su febril actividad, el papel de Pequeño Saltamontes le persiguió hasta el final. Cuando presentó en Madrid la segunda parte de Kill Bill, el actor confesaba que llevaba «más de veinticinco años» intentando deshacerse de Kung Fu. «Ahora, las nuevas generaciones me llaman Bill, un personaje que preparé pensando en mi padre (John Carradine) y John Huston». No fue la primera elección de Quentin Tarantino para hacer de villano. Quería a Warren Beatty como «un James Bond suave», pero este declinó la oferta y le recomendó a Carradine. El director de Pulp Fiction aprovechó entonces el valor icónico de un intérprete grabado a fuego en la memoria televisiva de los setenta. Nadie mejor que él para rendir homenaje al cine de artes marciales, ese que tantas tardes llenó en salas de barrio alfombradas de pipas.

Bergman y Scorsese

Las andanzas de Chang Caine en el Lejano Oeste impactaron de tal manera en la España en blanco y negro que, desde entonces, cualquier tipo de lucha oriental pasó a denominarse Kung Fu en el habla popular. David Carradine no había pisado un tatami en su vida cuando rodó el primer episodio en 1972. Los ojos rasgados eran tan sólo herencia familiar. Le gustó tanto que vivió desde entonces rodeado de un aura zen, introduciendo filosofías orientales en libros como El espíritu del Shaolin. «Si no puedes ser poeta, sé el poema», escribe en uno de esos aforismos que suscribirían encantados los publicistas de BMW.

En realidad, el hijo mayor de John Carradine nunca dejó de ser un actor de serie B que no le hizo ascos a Chuck Norris, pese a trabajar a las órdenes de luminarias como Martin Scorsese e Ingmar Bergman. Con el primero rodó Boxcar Bertha y Malas calles, donde aparece como borracho nº 1; Bergman se sirvió de su laconismo en El huevo de la serpiente, su único filme en inglés rodado fuera de Suecia.

David Carradine también representó la bohemia hippie de los sesenta, presumiendo en su autobiografía, Autopista sin fin, de su escaso apego a los bienes materiales. «Huyo de las pertenencias. Cada diez años abandono la casa donde esté y tomo la carretera. Me llevo a mi perro y lo que quepa en el coche». En sus escapadas también debía de olvidarse a su mujer: se casó cinco veces y tuvo tres hijos, uno de ellos con la actriz Barbara Hershey.

En estado catatónico

El modo de vida inconformista y nómada lo había mamado desde pequeño. No le gustaba ser hijo de una estrella, viajando de un sitio a otro con la compañía teatral de sus padres y estudiando en mil escuelas. Aguantó dos años en el Ejército. Quiso ser granjero y se instaló en Vermont como peón agrícola, pero el aburrimiento le llevó a la universidad de San Francisco, donde descubrió su pasión por Shakespeare y el teatro. Después llegó Kung Fu y ya no pudo elegir.

Grabó discos y dirigió tres películas sin pena ni gloria. Hace escasas fechas se reía de su imagen de maestro venerable en la comedieta El gran Stan. David Carradine, que hasta probó suerte en el cine español en Río abajo, de José Luis Borau, deja como última aparición televisiva la serie Mental, que ayer programó en España el canal Fox con apenas una semana de diferencia a su estreno en Estados Unidos. Casi como una broma, da vida a un profesor de filosofía en estado catatónico por culpa de un rayo.