Opinion

El corralito de Botín

Si no cuidan diligentemente del dinero que les confían sus clientes perdiéndolo en negocios especulativos que no entienden, si se niegan a prestarnos parte de la cantidad insultante de millones que previamente les hemos prestado los españoles, si incluso limitan los reintegros de nuestro dinero y la liquidez de nuestros fondos -ya está aquí el corralito- entonces ¿para qué sirven los bancos?

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Paradigma de este desaguisado es Botín, don Emilio para miles de españoles. Con un apellido así, seguramente se nace predestinado. Hasta hace pocos meses Don Emilio levantaba ayes de admiración entre sus empleados y ahhs de envidia entre sus competidores. Su figura enjuta y bien trajeada parecía la de un gentleman, bien que eso fue hasta que lo hemos oído hablar inglés en un vídeo colgado en YouTube, desde entonces hemos caído en la cuenta de que en realidad, Botín tiene pinta de taxista pakistaní de Nueva York y si no, prueben a imaginárselo con el turbante.

El personaje arruinó a varios miles de personas a cuenta del batacazo de Lehmann Brothers, y no satisfecho con eso, se ha llevado por delante los ahorros de otros tantos a cuenta de la estafa Madoff, productos ambos que sus empleados recomendaban con auténtico entusiasmo a los clientes del banco. Hasta hace poco el nota, porque para eso hay que ser un nota o un banquero, que en los tiempos que corren es prácticamente lo mismo, practicaba la gaditanísima actitud de «yo guashmaijan», que traducido del spanglish resulta I wash my hands, es decir, yo me lavo las manos. O sea, lo siento mucho, nos vemos. Ha sido la indignación social la que le ha obligado a ofrecer una solución a los miles de clientes estafados, que tras la propuesta se sienten además de estafados, insultados.

Todo esto, al tiempo que anunciaba un beneficio de casi 9.000 millones de euros.¿Dios mío de mi alma!, me pregunto: ¿cómo se puede anunciar un beneficio así después de haber dejado sin ahorros a miles de personas? Pues encima el personaje se sorprendía de que lo criticaran en la Junta de Accionistas, a lo mejor pretendía que le hicieran la ola. Lo que ha hecho este muchacho es más o menos lo mismo que el promotor inmobiliario que coge el dinero entregado a cuenta y sale corriendo sin despedirse, o sea uno les confía sus ahorros y estos desaparecen ya fuera para comprar un piso que nunca se adquirió, ya lo fuese para invertir en unos fondos que eran pura basura.

La diferencia es que el promotor suele acabar en la cárcel, como está mandado, mientras que Botín asiste a una reunión con el Presidente del Gobierno en la que le da consejos sobre como capear la crisis, al tiempo que pone la mano para recibir dinerito fresco con el que cubrir sus meteduras de pata. Lo que parece evidente, es que Botín carece del don de la profecía. En julio pasado pronunció una de esas frases que, con el tiempo, uno lamenta: «Si no conoces totalmente un instrumento financiero, no lo compres; si no comprarías para ti un producto específico, no lo vendas; y si no conoces muy bien a tus clientes, no les prestes ningún dinero». Seis meses después al banquero más listo del mundo lo timaron en una vulgar estafa piramidal.