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Crisis de impotencia

La confirmación, por parte del Banco de España, de que nuestro país ha entrado en recesión se vio ayer agravada por las previsiones hechas públicas por el FMI, y no sólo porque éste pronostique que la recesión continuará afectando a la economía española en 2010; también porque vaticina un crecimiento tan exiguo a nivel mundial -sólo un 0,5% este año- que dificultará sobremanera la recuperación de cada una de las economías nacionales. Durante meses el presidente Rodríguez Zapatero hizo alusión a la crisis internacional para justificar las dificultades por las que podía atravesar España. Pero el contexto global no puede servir de excusa para explicar la situación española, sino que ha de convertirse en el acicate definitivo para que las instituciones hablen más claro y expresen con mayor exactitud cuáles son las medidas que se disponen a tomar a partir de las que ya han puesto en marcha. Medidas estas últimas cuya virtualidad parece haber sido superada por las posteriores malas noticias que obligan al Gobierno a clarificar si han sido agotados los recursos disponibles por la Administración, o si aún es posible operar desde los poderes públicos. En otras palabras, si a la sociedad española no le queda otro remedio que esperar a los primeros indicios de recuperación, o si podrá contar con medidas que alivien los efectos del deterioro económico y faciliten su superación.

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Las indudables limitaciones a que se enfrentan las instituciones públicas de todas las sociedades desarrolladas se demuestran en el hecho de que el debate entre gobierno y oposición o en relación a los distintos agentes económicos y sociales tampoco permite atisbar iniciativas más solventes que las hasta ahora adoptadas. Pero la carencia de un plan alternativo, o el hecho de que el PP no rebase al PSOE en las encuestas, tampoco puede obviar el agotamiento político que afecta al Gobierno de Rodríguez Zapatero, condicionado en su ejecutoria por su particular renuencia a admitir las evidencias de la crisis, proclive a afrontar los más negros augurios mediante la mera expresión de deseos, e inclinado en las últimas semanas a llamamientos públicos que lejos de activar la economía contribuyen al desconcierto ciudadano. Que el Banco de España haya identificado la caída del consumo primero y de la inversión después como causantes de la recesión española apunta, en el fondo, a una falta de confianza ante la que el Gobierno no puede continuar mostrándose impotente.