EN SU CASA. El salón de Icíar Elorza está dominado por impresionante piano de cola. / ANTONIO VÁZQUEZ
CÁDIZ

Icíar Elorza «Sólo sabemos darle sentido al Carnaval y no a otras músicas»

Profesora de piano y ex directora del Conservatorio Manuel de Falla

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La decoración del salón de la casa de Icíar Elorza delata la personalidad de su habitante, el currículo profesional y privado de una mujer entregada a sus pasiones: la familia y la música. Acogedor, como ella y sobrio, igual que la forma en que ha desarrollado su trabajo como docente. Un enorme piano domina la estancia y el balcón se pierde en plena Avenida. La calma que inspira la escena le ayuda a retrotraerse a sus años de niña con las monjas de la Caridad o sus paseos camino a Enrique de las Marinas para recibir las clases particulares de Carmen del Castillo. Cincuenta años, incluido un periodo de ausencia, son más que suficientes para sentir que su ciudad es ésta, sobre todo si reconoce haber sido «plenamente feliz» en ella. Tanto, que hasta las lágrimas asoman al recordarlo. Más, cuando declara sentir el compromiso de «devolver» a Cádiz, a través de los alumnos del Conservatorio Manuel de Falla, todo lo recibido. La sinfonía gaditana de Elorza comienza en 1956, con doce años, y la maletas cerradas en San Sebastián.

-¿Qué recuerda de sus primeros pasos en el Conservatorio de Cádiz?

-Había realizado en San Sebastián solfeo, así que cuando llegué a Cádiz me matriculé automáticamente en el Conservatorio de Música en la Calle Santa Inés, donde actualmente está el Museo Municipal. Dábamos clases entre estatuas tapadas por cortinas y en unas condiciones ínfimas. La vida en aquella época no era como ahora. Los alumnos íbamos a pasear con sus amigos, las monjas dejaban el colegio abierto y nos juntábamos para ir al cine.

-¿Y de sus grandes maestros?

-De los profesores que recuerdo con cariño están Doña Carmen del Castillo, que fue mi profesora de piano; de Jacinto Matute, quien fue mi consejero hasta el final de su vida; y Pepe Ríos. Carmen tenía una personalidad muy singular e influyente en Cádiz. Don Miguel Delgado de Mendoza, su marido, era el profesor de armonía, historia y otras materias complementarias. Terminé la carrera de piano y de magisterio con 18 años. Seguí trabajando obras con Carmen Castillo hasta cuando me casé y me fui a Madrid. Allí retomé mis estudios de piano con el catedrático de música Julián López Jimeno.

-Doce años en la distancia, ¿qué se encontró a la vuelta?

-Cuando regresé la situación del Conservatorio había mejorado un poco. Estaba en el callejón del Tinte y había en total siete aulas. El primer año que trabajé allí, ningún profesor recibió ni un duro. Lo hacíamos por amor al arte. Hasta que la Consejería de Educación no asume las competencias del Conservatorio, no comienza el esplendor, el entusiasmo y el compromiso que la Junta adquiere con respecto a la educación musical. Poco a poco se consigue la reahabilitación de la Torre Tavira donde, curiosamente, yo había estudiado. Hubo una serie de personas que tenido como vocación la música pero ésta no era su modus vivendi. Las personas más jóvenes no se dan cuenta de esta trayectoria y la importancia del salto cualitativo que se ha producido en estos años.

-¿Se están recogiendo los frutos sembrados durante esos años de limitaciones?

-Sí, yo tengo alumnos que se están presentando a premios internacionales y concursos intercentros. La mayoría de mis discentes salían con trabajo de la carrera. Tienen un gran entusiasmo. Durante la época de Franco la cultura musical no se cuidó y había una gran laguna de músicos y de muchísimas especialidades. Con la creación de conservatorios se incorporarón al conservatorio, profesionales de otras ciudades. Echo de menos que estas personas nuevas, al no ser de Cádiz, no valoren en su justa medida el sacrificio que la administración está realizando. ¿Yo amo tanto a Cádiz!, Pero no veo que esas personas trabajen por la prosperidad de la música en la ciudad.

-¿Cómo valora sus tres años al frente de la Dirección del Conservatorio?

-Tengo que agradecer a la Administración que de alguna forma tuviera confianza en mí. Estos años han sido otra oportunidad de mostrar mi agradecimiento a la ciudad. Han sido tres años muy duros, los sindicatos estaban en medio y he tenido que hacer una apuesta fuerte. Tengo la satisfacción de haber puesto en marcha la normativa vigente, cambiar el mobiliario entero y de dotar a todas las especialidades de los instrumentos solicitados.

-¿Le ha quedado algún proyecto por realizar?

-Ahora estoy intentando ilusionar a un grupo de profesores para desarrollar la catalogación de los discos de vinilo de la biblioteca del conservatorio. Estamos informatizando todos los discos antiguos. Me gustaría poner mi granito de arena y concienciar a la gente de la necesidad de informatizar y poner en disposición del público todos los archivos de la biblioteca.

-¿Cómo ha evolucionado la música en la calle desde que llegó a la ciudad hasta la actualidad?

-No se vivía la música en la calle, sólo había bandas militares que tocaban en fechas señaladas. También estaba el Carnaval, aunque no se desarrollaba como ahora. Yo defiendo que el Carnaval forma parte de la cultura de la ciudad, pero no es la única. Por ejemplo, tenemos una joya en la ciudad, Las siete palabras para la Santa Cueva, de Heyden, que no tiene la difusión y proyección que debería tener. Parece que sólo sabemos dar sentido al Carnaval, muchas veces de forma chabacana.

-Entonces el Carnaval, ¿es un lastre para la cultura gaditana?

-No, claro que no, siempre en su justa medida. Lo que ocurre es que a veces, a través de los medios de comunicación, se difunde un mensaje equivocado de los gaditano por mor del carnaval.

-¿Cree que Falla es una referencia para los gaditanos y la música local?

-Gracias a él, al principio del siglo pasado la música clásica imperaba en toda la ciudad. Es una figura internacional, no se le puede hacer sombra, por supuesto, que es la referencia de Cádiz. Su música no es fácil entender y asumir, por eso se toca menos. No obstante, los chicos del Conservatorio interpretaron en Moscú parte de El amor brujo.