REFLEXIONES

Dos estilos de exhibir la prepotencia

Dominio, poder superior al de otros y, en especial, abuso de ese poder. Así definen los diccionarios la palabra prepotencia. Día tras día, jornada tras jornada, evento deportivo tras evento deportivo, presenciamos capítulos en los que los aficionados se enervan ante el pasotismo, la desfachatez, la soberbia o la irreverencia de algunos de los personajes a los que ellos idolatran por el simple hecho de que le saca de la monotonía de su día a día y, pero que al fin y al cabo son personas de carne y hueso que sienten y padecen como cualquier hijo de vecinos.

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Todos nos hemos sentido seres especiales alguna vez en nuestras vidas. En el partido entre casados y solteros cuando marcas un gol para el cual tu empezabas a pensar que tus cualidades físicas ya no estaban preparadas, cantando la canción de parchís en el colegio o fardando de scooter cuando a los catorce años el acné te ciega de tal forma que lo único que aciertas a pensar es en si esa chica por la que suspiras se ha dignado a echarte aunque sea una leve miradilla.

Los deportistas de élite actuales están expuestos continuamente a esa prepotencia, aunque unos la gestionan mejor que otros. Dos casos bien diferentes son los de Cristiano Ronaldo y Schuster. Mientras que el crack luso es capaz de gritar a los cuatro vientos que el Balón de Oro no puede tener otro dueño que no sea él -olvidándose de la cortesía de rigor en estos casos- y quedar de maravilla, el alemán es tan torpe que en vez de pedir un día libre para acudir al bautizo de su hija, algo que sería normal por mucha derrota ante el Valladolid y mucha crisis que se precie, su mal entendido orgullo de alemán testarudo le conduce a programar un entrenamiento voluntario al que él mismo sabe que no va acudir. Eso sí, no lo avisa. Todo, menos postrarse ante Calderón y Mijatovic, por supuesto. Así le van a ir a las cosas. Ayer hubo ratificación; antes de Navidad, salvo milagro, habrá destitución.