LA TRINCHERA

Conversación de borrachos

Era sábado de madrugada y hacía frío. Ya saben: una de esas noches en las que los adolescentes salen dispuestos a libar el alcohol de los charcos, el neón brilla más que la luna y los problemas parecen menos problemas cuando aterrizan en el culo de un vaso. La cola para entrar en Las Pérgolas doblaba la esquina. Apoyados en el capó sucio de un coche, dos chavales pasados de rosca liquidaban el resto caliente de sus cubatas y compartían un cigarrillo. El Borracho A (camisa Bisbal, Hugo Boss, pelo milimétricamente descuidado), le contaba a su amigo (jersey de pico, vaqueros raídos, botines de campo), que ya no tenía coche de empresa. El Borracho B le explicaba, entre trago y trago, que no volvería a presentarse al examen de la Guardia Civil. «Me alegro de que te vaya bien, en serio, pero manda cojones que seas tú, que te pasaste todo el instituto fumando porros y jugando al fútbol, el que esté mejor de todos nosotros», le recriminó el Borracho B con una sonrisilla maliciosa. El Borracho A se limitó a asentir con un gesto comprensivo. «Todas esas tardes en las que venías a buscarme y yo me quedaba en casa, estudiando como un gilipollas... ¿Qué estafa!».

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Los porteros del local, endiosados con su pinganillo, soltaron lastre y la cola se aligeró. Los borrachos se sacudieron las traseras del pantalón y ganaron terreno. «Sabías que podía pasarte esto, que era una carrera sin salida», se defendió a destiempo el Borracho Modo Bisbal. «Ya, pero era una carrera. Desde que era chico llevo a mis padres escuchando que había que ir a la Universidad, que con un título nadie pasaba hambre, pero ahora resulta que la cola del paro está llena de gente que sabe quién escribió La Colmena, o la fórmula química del agua oxigenada, y que tú con tu módulo de tres años puedes pagarte un piso, y que yo sigo todavía comiendo sopitas de sobre en casa de mis padres, aunque me pasé cuatro cursos más que tú hincando los codos, sin contar los que repetiste...».

La discoteca olía a sudor, tabaco y limpia suelos. Después de quince minutos de jugar al Tetris con el resto de la concurrencia, esquivar un par de codazos y embobarse con el escote de la camarera, llegaron por fin a la barra. El Borracho A sacó la cartera. «Ballantines con cola y una cerveza», dijo. Y el Borracho B se sintió completamente ridículo.