Editorial

Sin tiempo de transición

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Barack Obama comenzó ayer oficiosamente su andadura en la Casa Blanca al proceder a la configuración del equipo que le ayudará a gestionar el período que resta hasta su jura como presidente de EE UU, el próximo 20 de enero, y al nombramiento de su jefe de Gabinete. La elección de Rahm Emanuel permite a Obama dotarse para un cargo tan sensible de un colaborador procedente del círculo de Chicago que atesora, además, la experiencia acumulada en sus años de consejero con Bill Clinton. Esta vinculación con el ex presidente, que comparten otros miembros del grupo más cercano en estos momentos al nuevo líder del país, sugiere la disposición de éste a asumir la veteranía de la anterior Administración demócrata como un valor para poder encarar con mejores garantías un mandato que se inicia electrizado por su histórico triunfo, pero sin tiempo de transición ante el desafío que plantean la crisis económica y la política exterior. De ahí que las primeras decisiones de Obama se perfilen como la reacción obligada de quien parece haber interiorizado no sólo la apremiante gravedad del momento, sino también la necesidad de responder a la fuerte expectativa que ha suscitado su victoria en las urnas.

Distintos acontecimientos en las últimas horas, como el recrudecimiento del conflicto en Afganistán tras una nueva incursión aérea de las tropas estadounidenses saldada con víctimas civiles, el anuncio de Rusia de que colocará nuevos misiles cerca de la frontera con Polonia o los nuevos datos negativos sobre la evolución económica, confrontan al presidente electo con la realidad de unas dificultades múltiples que requerirán de su inmediata intervención. La cortapisa que supone el protocolo democrático que demorará dos meses y medio su toma de posesión oficial debería verse contrarrestada tanto por unas decisiones proactivas que transmitan la impresión de que el mandato demócrata ha arrancado realmente, como por la aplicación eficaz del compromiso de George Bush de que facilitará la transición ante un escenario cuya crudeza él mismo ha admitido en la hora de la retirada. La cumbre internacional de Washington pondrá a prueba esa cohabitación forzosa, que ha de resolverse de tal manera que no condene a la reunión a la inanidad en el supuesto de una presencia predominante de la Administración saliente.