EL MAESTRO LIENDRE

Y toda España se volvió gaditana

Algunos genios tienen el don de contar en una frase lo que otros necios somos incapaces de transmitir en media página. Uno de los que puede es Andrés Rábago, El Roto. La viñeta con la que recibió el pasado lunes (el gran lunes) resume con una certeza cortante millones de conversaciones escuchadas en Cádiz durante agosto. En ese dibujo, una pareja está en la playa, espalda contra espalda, en bañador, sobre la toalla. Miran al horizonte marinero, en el que crece un enorme hongo nuclear. El hombre del dibujo afirma: «¿Mira, cariño, ya está ahí septiembre!». La sonrisa que provoca es fruto de la admiración ante tal capacidad de síntesis. No es humor.

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Nadie ha condensado mejor la sensación común ante la mayor granizada de datos económicos negros que recuerde cualquier español desde la Transición. Cuando muchos trabajadores retomaron su coche para volver a su rutina el pasado primero de septiembre, más que dirigirse al trabajo pensaban que tomaban el camino al fin del mundo. «A ver qué me encuentro» ha sido la canción del verano.

La verdad es que después de tragarse sin vino bueno ni pan integral (que ya no está la cosa para rollo gourmet) tanto número rojo cualquiera sucumbe ante la colitis, sentado frente a la radio como si estuviera en una silla eléctrica que descarga miedo cada diez minutos. Con esos datos de la EPA, el PIB, la Funcas, IPC, PSV, RBA y ABS no habrá quién levante cabeza y esta ciudad, este país, irán directos a la hecatombe que anticipaba El Roto.

A partir de ahora, los jóvenes y cuarentones gaditanos no podrán comprar una vivienda, ni pagar alquileres, porque su poder adquisitivo caerá y mermarán sus ingresos. Aunque, la verdad, eso venía pasando desde hace muchos años sin crisis ni nada. Ahora, cientos de gaditanos tendrán que marcharse a no se sabe dónde a buscar un empleo que aquí no tienen. Bueno, eso tampoco es nuevo este curso.

Seguro que, desde este momento de inflexión (?), algunos empresarios aprovechan, como en las guerras civiles, para ajustar cuentas personales y con el personal. Despedirán a centenares a la menor caída de beneficios, contratarán a eventuales en masa y les pagarán mil euros a cada uno. Situación que, por cierto, también se daba en 2004, 2005, 2006 y 2007. Nada nuevo pero a mayor escala. Desde este terrible otoño, las obras, con esta situación, se ralentizarán y los grandes proyectos de necesarias infraestructuras como Plaza de Sevilla, el puente, Valcárcel, Castillo de San Sebastián, Hotel Atlántico, Santa Bárbara, la 340, el desdoble de la vía férrea, el AVE... se atrasarán. Aunque, ahora que lo pienso, de 2001 a 2007 (cuando todos fuimos inmensamente ricos y prósperos) no se movió un ladrillo en ninguno de esos planes.

Igual, ahora, con el descenso de ingresos en las arcas públicas, la sanidad acumule listas de espera, tensiones y deficiencias. También es verdad que ya las tenía, que nunca fueron eliminadas hasta llegar al límite de MNV (Mínimo Nivel de Vergüenza).

Puede que, con la que está cayendo, los tribunales se colapsen por falta de medios y cualquier pederasta reincidente pueda salir de caza con tres condenas pendientes porque falte un ordenador en los juzgados que imprima su ingreso en prisión. Es cierto, esto también pasaba antes.

Quizás, la educación se resienta y los planes se solapen unos con otros sin encontrar fórmulas prácticas, y financiadas, que permitan que una generación de gaditanos reduzca el fracaso escolar de la anterior, para poder trabajar en su tierra sin emigrar en busca de un empleo que precisa menor cualificación. Bien pensado, durante los últimos septiembres, la educación pública nunca se benefició de la estabilidad y el impulso de diez años de vacas gordas (y adosadas).

A partir de este derrumbe económico, las carteleras se debilitarán, Cádiz se quedará sin su gran auditorio cubierto para dejar descansar la playa, el Museo Provincial o la Casa de las Artes sufrirán retrasos, tesoros como el Teatro Romano quedarán a merced de los jaramagos y sólo la música en directo crecerá, para cobijar a legiones de músicos que ya no pueden vivir de las grabaciones. Vale, vale, esto también estaba pasando desde hace mucho.

El deporte padecerá la falta de patrocinios y presupuestos, así que Cádiz ya no tendrá representantes en las dos primeras categorías nacionales de balonmano, baloncesto, natación, fútbol, atletismo ni curling. Aunque esto, en realidad, no pasa casi nunca desde que nació Cobi.

A la vista del repaso, queda claro que todos los ejemplos son una porquería, pero suponen un alivio. Este septiembre, en esta ciudad, es igual que todos los anteriores. No hay motivos para estar más acojonado de lo habitual, porque la crisis no ha estallado aquí, nos la han copiado en el resto del país. Cádiz, cuna de todo, también inventó ya este apretón. Son las demás provincias las que ahora se asustan ante tasas de paro que aquí tienen trienios.

Tenemos ventaja. Nosotros estamos como antes, entrenados y, además, sonriendo. Podemos ganarnos unos euros dando clases por España. Que ya estamos hartos de recibirlas. La primera lección a impartir es: La palabra crisis como excusa universal y eterna.

Y nos salimos del cuadro. En esto de los cursillos somos vanguardia mundial.