MAR ADENTRO

Usted es linda

Usted es linda y Caetano Veloso se lo cantó en la cara: «Fuente de miel/ sobre ojos de geisha/ kabuki, máscara/choque entre el azul/ y el ramo de acacias/ luz de acacias/ usted es la anciana del sol/ y todo en usted/ es cierto/ belleza experta/ usted me deja en la calle desierta/ cuando la atraviesa/ y no mira hacia atrás». O algo así, disculpen mi portugués errante.

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Era la noche del lunes, pero fue domingo todo el recital. Un tipo menudo con un yersi verde tocaba la guitarra sin que las canas hablasen de una edad avanzada y de una larga experiencia de cárcel, exilio, compromiso y belleza: «Quando eu me encontrava preso / na cela de uma cadeia», y una muchedumbre parecía, por unos momentos, libre a pesar de los contundentes y pertinaces informes de Amnistía Internacional en sentido contrario. El faro alumbraba esa rara música suya, tan parecida al pensamiento, como una vez le espetó a Joao Gilberto: «Futebol e carnaval / Nada muda, é tão escuro / Até onde eu me lembro / Uma dor que é sempre igual», cantaba el baiano, mientras unas luces lejanas hacían diminuto a un avión y su voz en cambio se engrandecía, mientras rendía homenaje a La mer que popularizara Charles Trenet o regalaba su Leãozinho.

Era el castillo de San Sebastián pero, en rigor, parecía el Pelurinho de Salvador de Bahía: qué rara ciudad, qué orgulloso país, para convertir en centro de la libertad de hoy el espacio que antaño usaban para dar de latigazos a los esclavos rebeldes.

Usted es linda y Caetano Veloso, al que alguien definió como otro estado de Brasil, se lo estaba diciendo con los ojos atonitos: «Linda/ e sabe viver/você me faz feliz/esta canção é só pra dizer/e diz/você é linda/mais que demais/vocé é linda/onda do mar do amor/que bateu em mim». Y el mar braceaba con la piedra ostionera y con los muros del baluarte que tan sólo por una noche parecían concebidos para defender a la belleza del ataque pirata de la mediocridad.

No le hicieron falta vientos ni baterías, pantallas gigantes ni excesivas concesiones al respetable. Ante él, dos mil personas, pero daba el pronto de que el cantante no hubiese salido de su salita de estar. Veloso había abierto boca con Minha voz, minha vida, aquel célebre cantable que Gal Costa -a la que rememoró cantando Balançé- le recreara en 1982, pero el hermano de María Bethania viajó de su amistad con Gilberto Gil, a través de las notas de Sampa, hasta la bossa brasileira de Ary Barroso, que no era de Bahía aunque le cantase mejor que nadie. Debutó en español con el Cucurrucucú Paloma, en una versión inolvidable con la que él mismo cerró la película Hable con ella, de Pedro Almodóvar. La tonada de la luna llena que figura en la banda sonora de La flor de mi secreto supuso un nuevo guiño al cineasta manchego, un buen y viejo amigo que escribiera en su casa de Bahía el guión de Todo sobre mi madre.

Pero usted es linda y él lo repetía con palabras sabias: «Você é forte/dentes e músculos/peitos e lábios/você é forte/letras e músicas/todas as músicas/que ainda hei de ouvir/

no abasté/areias e estrelas/não são mais belas/do que você/mulher das estrelas/mina de estrelas/diga o que você quer». Seguro que esa vez se refería a Cádiz, una ciudad que, según dijo, ya amaba antes de conocerla. Confesso que el sentimiento fue recíproco.