GLORIA. Diego Ventura sale de Las Ventas a hombros. / EFE
Toros

Ventura sale a hombros en la cita de rejones que cierra San Isidro

El brillante encierro de Fermín Bohórquez facilitó el triunfo

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Salieron a pista seis toros de Bohórquez, y tres fueron de calidad relevante; tres rejoneadores con sus cuadrillas; y hasta 18 caballos. Testigo, el insaciable público de las corridas de rejones. Y un palco largo de mano. Cuatro orejas para el ciclónico Diego Ventura, pese a que ninguna de las dos estocadas fue de premio. Primó el ambiente plebiscitario. Ventura lo provocó no poco con su toreo de fondo y con más alardes. Y por la torería de desmontarse e irse de frente al toro en desplante. Tras la sequía de orejas de San Isidro, fue como el diluvio. Cinco de una tacada.

A rugir se puso la gente con cuanto hizo Ventura. No todo tuvo el mismo rigor. Los galopes de costado y a dos pistas en banderillas con un raro caballo albino que se llama Manzanares marcaron, en farpas del tercero toro, la cota de ajuste y riesgo de la corrida. El final de faena, banderillas a dos manos, no estuvo al mismo nivel, pero el caballo que mata, un castaño Califa, lusitano, de porte soberbio, pone a todo el mundo. Al sexto lo recibió Ventura de caras frente a toriles, se abrió mucho al embrocarse, marró la primera clavada, pero, sobre el escorzo del toro al dolerse de un refilonazo, volvió a intentarlo. Dejó un rejón caído.

Ese sexto fue el toro de más briosos ataques. Un borroncito: escarbó a mitad de faena. Con más fijeza que ninguno. Como estaba algo crudito, Ventura hizo que los auxiliadores le pegaran en dos tandas una decena de capotazos. Fue una gloria verlo emplearse y repetir con tanto son.

Antes de desatarse el vendaval, toreó con precioso compás, sobriedad galante y sentido puro del toreo Antonio Domecq, que no venía por Madrid hacía tiempo. No acertó o no terminó de atreverse con el rejón de muerte en ninguna de las dos bazas y por eso no entró en el palmarés de orejas. Sin embargo, sus dos faenas fueron modelo de toreo a caballo en función de la condición del toro.

Muy preciso Domecq al elegir terrenos donde embrocarse y clavar. Al estribo por sistema. Muy rico el concepto de intercalar los aires de doma solapados con el toreo en sí, fundidas las dos cosas. Un tordo Ruiseñor bailó con la más fea: aguantar y templarse con el quinto de mitad de faena en adelante.

Bohórquez no se fue sin dejar la firma de su clásico par a dos manos. Dos pares.