Coronavirus en Córdoba

Coronavirus | Córdoba despierta en un domingo indefinido

La ciudad mantiene un tenue pulso en el primer día laborable del estado de alarma, con controles policiales y negocios a medio gas

Ronda de los Tejares, vacía esta mañana Valerio Merino

Irene Contreras

Es lunes, pero parece domingo. Y así seguirá siendo hasta nueva orden. El primer día laborable bajo el estado de alarma ha inaugurado en Córdoba una semana que solo puede calificarse de rara. Movimiento a primera hora en las carreteras, cordobeses haciendo su camino al trabajo mientras otros, los que pueden, se adaptan a su nueva realidad desde casa. El resto cruza los dedos ante el horizonte impredecible e indefinido. Este letargo de comercios cerrados y calles desiertas no tiene fecha límite.

Solo los quioscos de prensa, los estancos, las farmacias, los supermercados y pequeñas tiendas de alimentación o las sucursales bancarias mantienen el tenue pulso de actividad en las calles. Algunos bares y restaurantes funcionan a medio gas, con las persianas casi bajadas: tienen permitido servir comida a domicilio . Ahí entran los peones de este tablero. Mientras la mayoría se recluye en casa, a salvo, los «glovers» y repartidores de empresas como Amazon siguen cruzando la ciudad de punta a punta, llevando paquetes y recados a las casas, tratando de correr el menor riesgo posible.

«Con la que está por caer, mejor seguir trabajando ahora, que no nos faltan pedidos», opina un «rider» de Glovo, que acaba de hacer una compra entera en un supermercado del centro para llevarla, sobre sus espaldas, a una vivienda de la Judería. Va con mascarilla y guantes -se las ha «averiguado» él- y dejará las bolsas en la puerta evitando todo contacto con la familia que ha requerido su servicio. No piensa parar en todo el día. La situación en su casa se prevé difícil: su pareja trabaja en una tienda de ropa y no sabe qué va a pasar. «Además, así pienso menos. Porque cuanto más pienses, peor».

El silencio se ha apoderado de la ciudad. Una sombra de culpa asoma en los rostros de quienes pasean las calles y se esfueran por demostrar que caminan con un destino fijo, sea el supermercado o la casa del abuelo o el «pipican» del perro. La presencia policial en las calles no es especialmente llamativa. Patrullan las carreteras y las grandes avenidas y hacen controles aleatorios, preguntando a dónde vas, recordando cuáles son las normas. Nada más lejos de una ciudad militarizada. Las primeras instrucciones son apelar a la responsabilidad cívica, con afán pedagógico.

Mientras tanto, en las casas continúa la guerra. La que se libra en silencio contra el virus y su propagación, sin más armas que el confinamiento voluntario. También la de las pequeñas batallas internas, las de calmar los nervios de los pequeños, que no se enteran de nada, y la ansiedad de los mayores, que se enteran de todo. En un primer momento, el aislamiento está fortaleciendo las relaciones entre los vecinos. Salir a aplaudir juntos a los sanitarios es un acontecimiento, una liberación, un desahogo de soledad, pero a nadie se le escapa que tan solo es el tercer día.

A la espera de nuevas noticias todos los esfuerzos están puestos en no bajar la guardia. Ni la del ánimo ni la de la prudencia . Las redes sociales -las de Internet y las de toda la vida, que están en las azoteas y en los portales de las casas- arden con consejos y ofrecimientos demostrando que los malos tiempos sacan lo mejor de cada uno. La vida sigue, aunque siga rara.

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