VERSO SUELTO

Cinemascope oficial

Es fácil hacer chistes de los que se llevaron la sillita para ver la Semana Santa por una ranura, pero la risa se puede congelar

Público tras las vallas de la carrera oficial de la Semana Santa de Córdoba junto al Puente Romano ÁLVARO CARMONA
Luis Miranda

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Su postura y su sitio eran tan cómicos que no parecía verdad que estuvieran allí por voluntad propia, que lo más lógico era pensar que alguien les había dado un pésimo consejo y se habían encontrado sin que nadie les ayudase a salir del error o de la broma pesada. Que les habían pedido el favor de quedarse precisamente de esa forma y en esos sitios para hacerse unas fotos que luego servirían a la causa. Había algo irreal en la estampa de aquellos cordobeses que se habían llevado la sillita a la calle Torrijos para mirar por la ranura que quedaba detrás de los palcos, cuando a muy pocos metros tenían sitio de sobra con mejores vistas en el Patio de los Naranjos ; los hubo también que se agolparon detrás de las vallas del Puente Romano cuando unos pocos metros más hacia el este hubieran tenido sitio en primera fila, sin obstáculos visuales y descansando la fatiga sobre la valla de la Ribera.

Lo fácil es reírse de la postura desgraciada con la que han posado y hacer chistes de la ignorancia y de la tendencia garbancera de los cordobeses , pero al mirarlo de otra forma la risa se puede quedar congelada. Las fotografías sirvieron de inmediato para contar la historia del tieso que contrae una tortícolis por querer ver la Semana Santa donde los ricos privilegiados, el «outsider» que se aproxima a un mundo de viejo orden social , hipócrita y fatuo, donde se expulsa a los descamisados que no podrán alquilar el palco que ellos se pagan con la usura y la plusvalía que sacan del bolsillo de los trabajadores, condenados a ver a las cofradías como por el ojo de una cerradura. El mismo discurso, adaptado a cada circunstancia, impoluto y asumido incluso por los partidos a los que quieren quitar de la circulación, les funciona desde hace bastantes décadas en las facultades y en las pocas fábricas que quedan, en las obras y en las entrevistas de actores y poetas .

El mundo de los licenciados universitarios , por ejemplo, está lleno de tipos agachados mirando a la carrera oficial de la vida por un cinemascope estrecho y limitado precisamente gracias al ambiente cultural en que se les persuadió de que el estudio debía liberarse de las ataduras del mercado laboral . El chaparrón de realidad y datos fríos que llega cuando se sale de los pasillos y de las cafeterías universitarias en las que se quiere cambiar el mundo a base de camisas de cuadros no dura más que unos segundos: enseguida hay tipos con ideas que prestan el paraguas para cobijarse y gritar que tienen derecho a trabajar cerca de casa y con un buen sueldo y que son la generación mejor preparada. Los años perdidos y la rígida ideología les dejarán en la cabeza una tortícolis dolorosa pero tan oportuna como una coartada.

Si fuera del pasillo de evacuación de Torrijos están el Patio de los Naranjos y sobre todo los rincones de barrios, las entradas y ciertas esquinas en que conocer una Semana Santa más bella y real, también lejos de la Universidad hay lugares en que se forma a profesionales que saben hacer cosas útiles en la vida diaria y que por el buen trabajo de quince días pedirán a los licenciados su exiguo sueldo de dos meses. No es la historia que contarán los lectores de Eduardo Galeano que claman por una Semana Santa con justicia social ni tampoco quienes dan las clases estimulantes y emancipadas de la lógica del mercado laboral, pero al pensar en quiénes son los que viven en un cinemascope permanente ya no dan ganas de reírse.

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