La parroquia de Nuestra Señora del Buen Suceso
La parroquia de Nuestra Señora del Buen Suceso - BELÉN DÍAZ

Nuestra Señora del Buen Suceso: la gran obra de don Miguel

El templo cuenta con un párroco ejemplar, que este mes cumplirá 50 años al servicio de la Iglesia

Madrid Actualizado: Guardar
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No hay parroquia sin párroco, ni párroco sin parroquia o parroquias en su vida. Los feligreses y amigos de la parroquia de Nuestra Señora del Buen Suceso, en la calle de la Princesa 43, me concederán la indulgencia, parcial o plenaria, de dedicar hoy esta página, a modo y glosa de sentido homenaje, a su párroco, don Miguel Jimeno Gómez. Recibirá el próximo 20 de mayo un merecido tributo de los suyos, de los que están en su corazón, de aquellos a quienes ha abrazado en la fraternidad de los sacramentos y en la humanidad de la Iglesia. Cincuenta años de sacerdote, bodas de oro, plenitud de vida.

Don Miguel acompasa sus palabras, en agradable conversación, con las lágrimas de bondad de su mirada.

Desde aquel 20 de mayo de 1967, fecha de su ordenación sacerdotal, su corazón ha ido creciendo en la caridad y en los gestos de Jesús. Es hora de hacer balance, de mirar hacia atrás y proclamar ante Dios un entrañable «gracias»: «Al final de una vida sacerdotal plena —me confiesa con el corazón entre las palabras—, una vida sacerdotal de alegría por haber servido, lo que me queda es el amor a las almas. San Josemaría Escrivá, mi referente, lo que me trasmitió fue el amor al Señor y el amor a las almas». Don Miguel, en vísperas del sentido homenaje de los suyos, recuerda que una vez que dio sus primeros pasos en El Espinar se vino a Madrid a la parroquia de Nuestra Señora de las Delicias. Y allí se encontró con un sacerdote que para él fue maestro y ejemplo, don Antonio Astillero, a quien acompañó como secretario en la entonces Vicaría VIII. De él bebió la fraternidad sacerdotal. Mientras ejercía el ministerio parroquial, trabajaba como capellán del colegio Los Olmos y estudiaba el doctorado.

El 22 de septiembre de 2000, año jubilar, don Miguel fue nombrado párroco del Santísimo Corpus Christi, comunidad creada el 24 de noviembre de 1940, que por decreto del 19 de diciembre de 2011 se fusionó con la de San Aurelio, dando así lugar a la actual de Nuestra Señora del Buen Suceso, advocación muy querida en Madrid.

Don Miguel Jimeno rememora que, no hace mucho tiempo, abrazado a la cruz en el hospital, recibió, una noche, la visita del cardenal Rouco Varela. Y en esa filial conversación, el cardenal le dijo: «Ahora que estás en el lecho de la enfermedad, eres más sacerdote que antes, porque se es más sacerdote abrazado a la cruz, como Jesús, que no podía moverse». «El mayor tesoro que yo tengo —me susurra casi don Miguel—, es Jesús enfermo, clavado en la cruz». Y, a renglón seguido, confiesa entre silencios: «Llega el relevo. Mi misión será tratar a Jesús y rezar por los que han sido mis feligreses. Jesús es mi vida y yo quiero que Jesús sea su vida, la vida de todos». En ese momento, la santidad sacerdotal, que existe, se convirtió en privilegiada interlocutora.

Don Miguel vuelve, en una fácil conversación cargada de entrañables recuerdos, a fijarse en los sacerdotes de una parroquia levítica, los vicarios parroquiales Miguel González Caballero, José Antonio Buceta y el sacerdote capellán de la comunidad ucraniana Iván Lipka. Y, en los adscritos, Julio Escohotado, José Luis Arce, Santiago Valbuena, Andrés Pardo, Abdón de Juan, José María López Niño, el joven profesor de San Dámaso Alfonso Puche y, añadida grata sorpresa, Aurelio Fernández, uno de los teólogos moralistas más relevantes de la historia de la teología contemporánea. Quien, por cierto, se pasa, como el resto de sus compañeros, todas las horas en el confesionario, que no es tampoco una mala cátedra.

Don Miguel también trae aquí desde a fieles laicos, gracias a su secretario Pedro López, hasta a los miembros de Cáritas, de la Legión de María, de los grupos de matrimonios, de Vida Ascendente. Tiene unas sentidas palabras para los catequistas, para la Escuela Eucarística, UNER, y para quienes trabajan en el COF, el primer Centro de Orientación Familiar que se implantó en Madrid. Y para los del Aula de Cultura y para las personas que han hecho posible el milagro del corazón sacerdotal de un hombre, don Miguel Jimeno, todo don, ejemplar vida. Sacerdote y siempre sacerdote.

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