Una familia se dispone a alejarse de la zona en su vehículo
Una familia se dispone a alejarse de la zona en su vehículo - Isabel Permuy

Incendio de neumáticos en Seseña«Todos sabíamos que iba a pasar, pero lo hemos consentido»

51 vecinos de El Quiñón, entre ellos 20 niños, pasan la noche en un polideportivo de Seseña y en un colegio de Esquivias

SESEÑA Actualizado: Guardar
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Son las once de la noche de un viernes de mayo y en el pabellón municipal de Seseña Viejo no dejan de escucharse las correrías de los más pequeños. Niños que juegan al «pilla-pilla», que se meten por debajo de las camas y que producen una imagen de infinita ternura. Sus padres, en cambio, permanecen serios, callados, mientras los aproximadamente 30 voluntarios de Cruz Roja no les quitan el ojo. Son las once de la noche de un viernes de mayo que en Seseña no olvidarán.

Ayer, de madrugada, a eso de las dos, el cementerio de neumáticos ubicado a escasos metros de El Quiñón comenzó a arder. Era una noticia cantada. A Josefa Simó la despertaron los helicópteros a las seis de la mañana y su mente enseguida lo asoció al vertedero de cinco millones de ruedas.

«Lo raro es que no hubiera pasado antes y lo triste es que se haya dado pie a que esto pase», dice. Josefa lleva seis años viviendo en El Quiñón, se vino de Barcelona porque a su hija le salió trabajo en Madrid y los pisos en esta urbanización que levantó el famoso «Pocero» son mucho más baratos que en la capital. A Josefa le molesta que El Quiñón siempre sea noticia, primero por la «mega-urbe» que Francisco Hernando quiso levantar en un secarral; luego, por la falta de servicios. Esta vecina recuerda que cuando se vino a vivir a la urbanización solo había dos autobuses a Madrid. El cementerio de neumáticos resume bien la dejadez que hay con este barrio.

No hay que olvidar que esta montaña de residuos ha estado ahí desde siempre, mucho antes de que los pisos se levantaran. «Todos los vecinos sabíamos que iba a pasar, pero lo hemos consentido», dice Josefa, mientras entra y sale del polideportivo porque tiene al perro en el coche y no dejan pasar animales. Esta vecina dice que cuando le han dicho que el incendio estaba controlado, lo que menos se esperaba era el desalojo. Los megáfonos anunciando la obligatoria salida comenzaron a oírse a las seis de la tarde en El Quiñón, y sobre las 20 horas comenzó la evacuación.

El Gobierno regional fletó ocho autobuses para trasladar a la población al pabellón municipal de Seseña Viejo, al colegio «Catalina Palacios» y al IES «Alonso Quijano», ambos en Esquivias. Finalmente, solo 51 personas, 20 de ellos niños, han pasado la noche en alguno de estos lugares habilitados tras el desalojo, que la Junta decidió por la tarde al prever que la nube tóxica estaba bajando a ras de tierra.

En El Quiñón viven unas 6.500 personas. Sin embargo, la mayoría, entre un 70 y un 80 por ciento, se fueron yendo por la mañana de manera voluntaria antes de que les obligaran. Al ser fiesta en Madrid el lunes, muchos otros ya tenían preparado el puente, con lo cual no hubo que realojarlos.

Para los que sí necesitaron cobijo, Cruz Roja montó un ERIE (Equipo de Respuesta Inmediata de Emergencia) en Seseña Viejo y en Esquivias. Al tratarse de damnificados y considerarse personas vulnerables, está prohibido hablar con ellos dentro del recinto y menos aún hacer fotografías.

Gema Ibáñez, responsable de Comunicación de Cruz Roja en este operativo, explicó que se trata de un albergue con avituallamiento. Entre los voluntarios hay sobre todo psicólogos y socorristas de acompañamiento. Tratan de minimizar la presión, el estado de incertidumbre en el que llegan los afectados. «En definitiva, se trata de estar pendiente de ellos», dice. Además de darles comida y bebida caliente, lo primero que les preguntan al llegar es si toman algún tipo de medicación. También les ofrecen mantas y les dan un kit de higiene. «Llegan con mucha incertidumbre, asustados; es curioso, pero no hablan».

A Isabel Domínguez, la concejal de Educación de Seseña, le llega un voluntario de Cruz Roja y le dice: «Nos vamos a quedar sin leche», y ella responde: «Pues llamo enseguida a Cáritas». Comenta estar «impresionada con la colaboración ciudadana». Asegura que desde que se desató el incendio, empresas del pueblo han dejado maquinaria para apagar las llamas, y muchos restaurantes dicen estar listos por si tuvieran que llevar la cena al pabellón. Ayer en Seseña se quemaron toneladas de neumáticos, pero probablemente también fuera el lugar del mundo en el que más toneladas de solidaridad había.

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