Mariano Rajoy, el pasado sábado, durante un acto con empresarios en Almería
Mariano Rajoy, el pasado sábado, durante un acto con empresarios en Almería - efe

El ébola aplaza el plan de Rajoy para la remontada del PP

La ofensiva electoral se ha frenado en seco. Antes hay que aplacar la alarma sanitaria y la de las tarjetas B de ajamadrid

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Semana de pasión en Moncloa. Una auditoría interna encargada por José Ignacio Goirigolzarri el pasado junio arde como una pira en manos del juez Andreu desde hace una semana.

El Gobierno ya sabe (Bankia sigue controlada por el Estado) que en los años de vino y rosas, las tarjetas de crédito doradas y de platino (no negras) echaban humo en manos de 82 de los 86 miembros del equipo directivo y del Consejo de Administración de la caja intervenida. Y que a 28 de esos «afortunados» los nombró Génova. A Rato, entre ellos. Apuntes sobre buenos restaurantes, hoteles de lujo, viajes, ropa, joyas, clubes, cápsulas nespresso, metrobús y cosas menos confesables disparan con la fuerza de un torpedo sobre los planes inmediatos de Rajoy para la remontada de su partido.

Hay que esperar.

El despilfarro de los gestores de una entidad que tuvo que ser rescatada con 22.424 millones de euros públicos tras quebrar en 2012 es un nuevo golpe a la maltrecha salud de las formaciones que han gobernado España desde la transición. Y en el peor momento: a siete meses de las elecciones autonómicas y municipales.

Por eso, Cospedal aplaza hasta los ansiados sondeos electorales para evitar la distorsión de la percepción pública. Los datos que le ha puesto sobre la mesa Pedro Arriola a Rajoy, y que confirma a ABC un dirigente del partido, son demoledores: de los más de diez millones y medio de votos que obtuvo el PP en 2011, ahora solo conservaría, en número redondos, siete millones.

Según sus cálculos, esa pérdida se repartiría entre la abstención y formaciones como PSOE, UPyD y Podemos (que, sorprendentemente, cosecharía medio millón de sufragios conservadores). Ante este panorama, el objetivo del partido pasa por recuperar dos millones y medio de votantes de centro-derecha que, sencillamente, decidieron quedarse en casa en lugar de apoyar a sus siglas.

Pero Rajoy sabe que escándalos como el uso de tarjetas sin control por parte de compañeros suyos no ayudan precisamente a reconciliarse con ese electorado, acuciado por la crisis que ha fulminado sin piedad a la clase media.

Por eso, Génova no tarda en elaborar y distribuir entre sus cargos un argumentario destinado a poner en valor que son las medidas que ha tomado el Gobierno en el sector bancario las que han permitido destapar «casos de fraude» como el de las tarjetas opacas. Y sacar pecho de la gestión del equipo de Goirigolzarri al levantar las alfombras de la entidad para que sean investigadas las prácticas poco ortodoxas de antiguos gestores. Algo parecido a hacer de la necesidad, virtud.

El presidente no lo sabe, pero todavía está por llegar lo peor: faltan cinco días para que el estado de salud de una auxiliar de enfermería vuelva a cambiarle el paso, encaminado a no perder su envidiable poder territorial: un precioso tesoro conquistado en 2011.

Teresa Romero, una de las profesionales que atendió a los misioneros repatriados y fallecidos de ébola, ingresa la madrugada del lunes 6 de octubre en el hospital de Alcorcón. Rajoy es avisado muy temprano de que los médicos que la examinan sospechan que la fiebre, los vómitos y las hemorragias que posteriormente detallaría el doctor Parra, el médico de urgencias de Alcorcón, responden a un virus que eriza a esas horas ya la piel de la opinión pública: el ébola.

Es la segunda estación de un vía crucis para el presidente que se prolongará hasta que la alarma social le obligue a tomar las riendas del barco: tres días después, el jefe del Gobierno aparta a la ministra Mato y encarga a Sáenz de Santamaría la gestión de una crisis que a esas horas arroja consecuencias políticas de libro.

Hoy trasladará tranquilidad

La torpeza comunicativa de Ana Mato -pieza perseguida con ahínco por la izquierda desde el caso «Gúrtel»- es aprovechada por los potentísimos sindicatos sanitarios para azotar al Gobierno. Es la tormenta perfecta. Rajoy ordena resguardarse del chaparrón dedicando todos los esfuerzos a atajar la crisis sanitaria, aplacar el malestar social por el momio de las tarjetas B y gestionar el sonoro fracaso del independentismo catalán al tener que renunciar al referéndum ilegal del 9 de noviembre.

Esa es la única buena noticia de la semana. Pero la acumulación de malas nuevas obliga a cambiar sus planes inmediatos. En un principio, Rajoy tenía previsto lanzar su ofensiva electoral en el Comité Ejecutivo que celebra este lunes su partido.

Aunque nadie esperaba que el presidente destapara enteramente sus cartas (toda vez que ya ha comentado en privado su intención de «no precipitarse en la elección de sus candidaturas para no sobreexponer a los responsables que ya disfrutan, desde sus puestos de gobierno, de suficiente notoriedad»), lo cierto es que los populares manejaban la fecha de mañana como el pistoletazo de salida para la carrera a las urnas.

De hecho, según una fuente cercana a Moncloa, «su idea era utilizar la reunión de la plana mayor para marcar parte de su estrategia, a la espera de las encuestas que arrojarán más luz». Sin embargo, aunque el presidente no renuncie a fijar las directrices políticas, su intención mañana, según fuentes del partido, es achicar agua y trasladar un mensaje de tranquilidad a los suyos en relación a la crisis sanitaria.

Asimismo, intentará «convencer a la sociedad de que su Gabinete ha actuado con diligencia al designar un comité especial para informar a los ciudadanos» superando los primeros errores. Y habrá un mensaje de fondo: la calidad del sistema sanitario español y la solvencia de sus profesionales, con el fin de neutralizar las críticas por los recortes sanitarios, maliciosamente vinculados al contagio.

Mientras, la intención es aguantar el tsunami. Primero, combatir la crisis antes de tomar una decisión con respecto a la ministra de Sanidad, a la que Rajoy llamó el martes siguiente al ingreso de Teresa Romero para «reconducir» su gestión, según apunta un cargo popular. El presidente ha vuelto a ejercer de Rajoy: no ha movido a nadie pero ha dado un golpe de timón.

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