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Tenerife-Cádiz CF (1-0): El orgullo de un escudo

El Cádiz CF pierde una oportunidad de la manera más inmerecida e injusta, pero gana fuerza para un futuro que presenta nuevas esperanzas

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Álvaro se lamenta de una ocasión perdida.
Álvaro se lamenta de una ocasión perdida.

Derrota, eliminación, final. El poder de las palabras. Provocan un estado de decepción, tristeza y ansiedad. Pero al combinarlas con el nombre del Cádiz CF, con el escudo de Hércules y sus leones, adquieren un matiz diferente. Porque se cierra una puerta pero se abre otra cargada de esperanza. Es la consecuencia de contar con un equipo que representa el orgullo de una ciudad, de una provincia, de una tierra sin fronteras porque el cadista nace donde le da la gana. Incluso en Tenerife ha podido crear alguno más.

Las lágrimas de Alvarito sirven para enjuagar esa camiseta manchada por el barro y el sudor pero que mantiene el honor intacto. El equipo amarillo ha sido mejor que el adversario, en Carranza y en el Heliodoro, y no ha perdido una eliminatoria igualada en el resultado y desnivelada por una norma novedosa que en esta ocasión perjudica a los amarillos.

Al final sí era clave quedar cuarto o quinto. Porca miseria.

Este Cádiz CF, pequeñito hace escasos meses, se ha hecho tan grande que se ha medido con los gigantes, les ha incomodado y hasta burlado, y ha dado la cara hasta el final. En Tenerife, un error detrás y cientos delante le han condenado al vacío momentáneo. Este Cádiz CF ha perdido un ascenso, pero se ha ganado el respeto y la admiración que se perdió en los años de aciado y destierro. Y recuperada la autoestima lo tiene todo para ser optimista, para ser feliz, en un fútbol que siempre te concede otra oportunidad.

El sueño del Cádiz CF termina en pesadilla

Pero para contar bien una historia hay que remontarse a los orígenes. Y había miedo, temor, histeria a ese inicio, al vendaval que azotaría las Islas Canarias. Ese tifón con nombre de ciudad y dos rayos como Suso y Lozano para avivar la tormenta, amainada en Carranza. Un huracán blanquiazul que debía arrasar la resistencia amarillla... y que de nuevo quedaba en nada. Ocasión malograda de Rubén Cruz y tres córners sacados por Aketxe para aclarar los nubarrones y autoafirmarse en su objetivo.

El Cádiz CF volvía a mirar al enemigo a los ojos, liberándose del ruido atronador. Congelaba el espectáculo y frenaba el ímpetu de los de Martí, que al menos ante los amarillos seguían sin enseñar a qué querían jugar. Mientras, Aketxe se movía con mayor libertad de la habitual, sin conectar con los extremos y un Rubén Cruz como islote entre los centrales. Pero siempre con los de Cervera controlando el escenario.

Entonces llegaba la 'Sankarada' de la tarde (no sería la única), la que acostumbra este central portentoso con demasiada habilidad para ponerse en aprieto. Una peligrosa cesión, corta a Cifuentes, le obligaba a golpear a Lozano para frenarle, y esa acción levantaba a la hinchada y al propio cuadro tinerfeño. Shibasaki afilaba su mirada y apretaba a un Cádiz CF que se quebraba.

Porque los de arriba cumplían los órdenes en la presión y los de abajo daban el pasito atrás motivados por la velocidad de sus pares. En esa fractura incidían los blanquiazules, que encontraban el hueco entre Álvaro y Brian para que Suso se tomara su venganza por la diestra. Su centro raso sorteaba la primera línea y llegaba al segundo palo al japonés, infalible dentro del área.

Con un escasísimo bagaje en 120 minutos de eliminatoria los canarios obtenían un rédito mayúsculo. Ya inclinaban la balanza a su favor, y obligaban a los de Cervera a exponer más. Pese a que cabía esta posibilidad, el gol cogía a contrapié a los visitantes, que aún así rondaban el empate en una acción virtuosa de Salvi, otra vez ciego ante el arco contrario.

El Cádiz CF da el paso adelante

Las órdenes variaban en el descanso. El míster cadista adelantaba líneas y Aketxe y Alvarito aparecían mucho más cerca del área. Así le buscaban las cosquillas a la frágil defensa rival, y el vasco tenía un disparo franco que moría en manos de Dani Hernández.

Pero con esa maniobra abría la escotilla, la puerta de atrás, y la dupla Amath-Lozano se gustaba encarando con velocidad y potencia a la desbordada pareja de centrales. Se asumía ese sacrificio porque el gol lo cambiaba todo, era tremendamente valioso, y el asedio se recrudecía aceptando todas las consecuencias.

Cervera sorprendía. Una de las suyas. Apostaba por Abdullah pero no por Salvi o el amonestado José Mari, sino por Garrido. Más balón, más juego. Pero faltaba contundencia. Rubén Cruz erraba una nueva oportunidad, sin gol durante toda la temporada. Y la mirada se dirigía al banquillo, al 'cañoncito' Ortuño, la gran esperanza.

Entonces salía. Por Salvi, ya que el técnico insiste con Rubén. Un técnico que estallaba cuando el colegiado volvía a perdonarle, por segunda vez, la segunda amarilla y por tanto expulsión a Cámara. Sin llantos, sin conspiraciones. Los arbitrajes sufridos por el Cádiz CF este año han sido categóricamente dañinos.

El cansancio tomaba protagonismo. Los amarillos se doblaban sobre sus rodillas, exhaustos. Con el último aliento para forzar la prórroga y hasta soñar con un último latigazo sin suerte. Media hora de agonía, treinta minutos para la ilusión.

La extenuación de buena parte del plantel condicionaba a un Cádiz CF sin fuerzas. Aitor refrescaba en lugar de Brian, para hacer de esa banda izquierda un infierno. Y Ortuño rozaba la proeza al cabecear por encima del larguero otro córner medido de Aketxe.

El tiempo seguía corriendo. 15 minutos. Y este Cádiz CF mostraba ese espíritu, ese carácter competitivo que arraigó en su ADN desde la llegada de Cervera. Aketxe, Ortuño y Alvarito, ¡ay, Alvarito!, veían como el sueño se esfumaba. Hasta decir adiós.

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